réplica

Sensaciones desde el encierro: aislados, solos y con la extraña certeza de vivir un momento histórico

Hugo Macchiavelli
por Hugo Macchiavelli |
Sensaciones desde el encierro: aislados, solos y con la extraña certeza de vivir un momento histórico

Cuarentena. Una semana de autoaislamiento social, preventivo y obligatorio (según el Decreto 279/2020). Puede extenderse más del 31 de marzo para impedir la circulación del COVID-19. Las consecuencias de la pandemia mundial son ilimitadas e inciertas. Las horas y los días son iguales y se pierde la noción del tiempo y del espacio. Cambian los horarios, las comidas; hay insomnio. Sedentarismo. Ocio. Se exacerban los sentidos. Nos volvemos más frágiles. Estoy solo, estamos solos; encerrados; aislados.

Pensamientos. Lecturas. Libros. Series. Un límite borroso entre realidad y ficción. El encierro domiciliario no es prisión, pero se parece. Un cachetazo a la libertad. La convivencia se vuelve exagerada. Otros mundos se cruzan con los nuestros, nos chocamos en los ambientes de la casa que no frecuentamos.

Revolvemos papeles. Encontramos recuerdos. Ordenamos. Hacemos una rutina. Estamos arrinconados por la información. Saturados. Infectados de fake news, mirando por las ventanas y con el sistema límbico en alerta permanente. Hipermediatizados. Rodeados de datos que no se cuestionan.

Personas enfermas que aún no lo saben y siguen circulando. Cifras. Historias de vida. De muerte. Hospitales de campaña. Camas en La Ciudad de los Niños de La Plata. Campo de Mayo en pie de guerra. En Tigre, Tres de Febrero, San Martín y otros distritos están preparando clubes, salones y tinglados para alojar a los primeros infectados.

La TV muestra camas vacías que anuncian lo peor. Pueden faltar insumos médicos y alimentos. E incluso hay quienes le tiran piedras a los patrulleros que recorren los barrios del Conurbano. Hay allanamientos. La justicia de Feria y en alerta. Llueven los pedidos de prisión domiciliaria. Y hasta de indulto. Los muertos en las cárceles. Los saqueos. Las provincias se aíslan, Los municipios se cierran, la Ciudad se blinda.

Estamos en guerra. Colapsados. La aldea global es virtual y el mundo irreal. Lo que pasó. Lo que puede pasar. Lo que no se sabe que puede pasar. Lo que se sabe. Los futurólogos. Los videntes. Los que lo predijeron. Los videos que lo anunciaban. Los documentales de China, Europa y los que nos dicen por WhatsApp -y otras redes- que saben la verdad.

Los que tienen la cura, el antídoto; la vacuna y los inesperados remedios caseros. Los peligrosos de siempre. Los que escupen la ley. Los villanos enmascarados. Los que deben salir. Los que no.

Afuera el escenario es novelesco. Las calles desiertas. Un mundo sin gente. Como en las películas pero sin zombies: la gente se aleja con las caras tapadas. Una exposición de barbijos y trajes intergalácticos. Nadies, todos.

Las fuerzas de seguridad pide certificados para circular y apunta con termómetros (que nadie discute). En el transporte público -casi vacío- se detiene a los posibles infectados. Se resisten. Llega el SAME. No saben si llevarla/o detenida/o o al hospital. Llaman al fiscal o el juez. No se puede circular y hay que denunciar.

Hay que aprender de nuevo. Aprendí a usar el lavarropas; a limpiar y a guardar los cubiertos. A cocinar. Me río, me enojo, pienso en los verdaderos encierros (como el de Ana Frank o Vitor Frankl en los campos de concentración). Se avecina la guerra bacteriológica. Las plagas. El Apocalipsis. Esa visión del apóstol San Juan que se presenta en el último libro de la Biblia. Apocalipsis significa revelación.

Nunca vivimos nada igual. Las epidemias más conocidas provienen del pasado. Nadie estaba preparado y los tiempos se aceleraron. Los cambios que iban a ocurrir en un lustro o en diez años vendrán mucho antes. Las democracias liberales y otros sistemas más rígidos como en China, se muestran vulnerables y, por primera vez vemos, bien de cerca, cara a cara, lo frágiles que somos frente a lo desconocido e invisible. Una herida narcisista al corazón de la humanidad.

No hay soberbia y los líderes mundiales se contradicen entre sí. Algunos parecen de cartón. Otros simulan arrogancia. Hay quienes apelan a los místico. El mundo herido de muerte y no sabemos qué hacer con el encierro o cómo afrontamos el espacio común a partir de ahora. No hay abrazos ni besos. Todos quieren manejar lo inconducible y resurge el Estado (tan bastardeado). Y la sociedad civil. Y el gobierno y la oposición. Y los profesionales de la salud, nuestros héroes, que se suman a los que quienes nos alcanzan alimentos embolsados detrás de barbijos que no dejan ver su sonrisa.

Y asoman los funcionarios en su rol de servidores públicos. Y renacen discursos más efusivos. Y las frases hechas. Y las canciones. Y los oportunistas de siempre.

Dicen que saldremos más fuerte. Nadie lo sabe con certeza, pero preferimos creer. La esperanza no es un aliado si nos paraliza como inútiles observadores. Y renace el miedo, inevitable, que nos hace más humanos. Un temor que nos invita a pensar. Una luz al final del túnel. Las situaciones límites nos obligan a sobrevivir. Nos aferrarnos con uñas y dientes para pelearle al virus real (con forma de corona).

Jean-Bapitiste Grenouille es el personaje de la novela "El Perfume", de Patrick Süskind. A punto de morir, descartado por su propia madre que lo parió y lo arrojó entre la basura pestilente, decidió gritar -y llorar- para hacerse escuchar. Y se aferró a su existencia luego de haber sido descartado por su progenitora en la Francia del siglo XVIII.

La filosofía, que nació unos 500 años antes de Cristo, surgió de mentes pensantes, sobrevivientes y reflexivas que iluminaron el futuro. En Grecia, Roma y en otras civilizaciones, los maestros con sus discípulos se pusieron a buscar la verdad. Ocurrió con Thales, con Pitágoras, Sócrates y Aristóteles (que escribió sobre La tragedia, La Comedia y La epopeya en su obra magistral La Poética). O con Moisés, Jesús o el Apóstol Pablo que nos dejaron ese conjunto de libros sabios llamado Biblia.

Son momentos para hacer florecer la mente. De pensar o rezar. Y orar. Y descubrir, como en la alegoría de la caverna de Platón, la existencia de los dos mundos: el sensible, el de los sentidos; y el mundo inteligible, el de la reflexión y el conocimiento revelador; el Apocalipsis.