Aína pasa de un trato frío y distante, de no soportar a los perros de departamento a una extraña fascinación: “Ir a la casa de Juan empezó a cargar una ilusión doble: verlo a él y encontrarme con Kaidú”.
Los paseos por la plaza son una constante: Kaidú va solo, no usa correa, Juan y Aína van charlando detrás, cada uno en su mundo, en su propia conexión con el perro. Es una novela sobre la ciudad, sobre el amor, sobre la rutina y también sobre lo prohibido.
Es una novela que disfrutan los perreros, pero que no fue escrita únicamente para ellos. Es también una novela para los que disfrutan de una prosa bellísima y de los libros que te dejan más preguntas que respuestas.
El vínculo de a tres empieza a consolidarse. Pero no es que Aína esté perdiendo la razón, que haya caído en un estado de locura en el que podría dejar a Juan por el perro. O quizás sí, porque posterga su rutina y su vida cotidiana para estar más tiempo con Kaidú.
Aún en ese trance, su relato es confesional pero perfectamente verosímil, un canto de amor hacia las mascotas. Por momentos no se sabe a quién le está hablando Aína: ¿Le habla a Juan o le habla a Kaidú?
“En los momentos en que Juan y yo empezamos a besarnos en el sofá, Kaidú, sentado muy quieto, mira hacia la calle de modo ausente, casi como si no estuviera ahí o no quisiera registrar nada. Ni siquiera una señal de tensión o incomodidad. Pero a mí me resulta imposible seguir en su presencia y me levanto para forzar la pausa y reencontrar a Juan en la intimidad del dormitorio”.
Son bellísimas las descripciones del perro, de su pelo, de sus músculos, de su personalidad y su modo de estar en la casa. Aína observa con los ojos del amor: “Los veo a los dos convivir en el departamento. Por más que dispongan de muchos ambientes, en general eligen ciertos lugares preferidos: Juan se acomoda en el sofá del living o en la mesa de la computadora, y la circulación se reitera. Kaidú se acomoda al lado de la ventana y de la calle o cerca de Juan. No es difícil para él o para uno saber dónde está el otro. Cuando estoy ahí, pienso en este movimiento sutil entre ellos”.
Pérez Alonso retoma una temática en su obra que había estado ya en “No sé si casarme o comprarme un perro” (1995). Pero ahora, unos cuantos años después, es “Kaidú” el que hace las preguntas.