De acuerdo con fuentes cercanas a la investigación, esta hipótesis no descarta otras líneas, pero se está analizando con especial atención debido a la consistencia de algunos testimonios y evidencias que comenzaron a acumularse en los últimos días. Lo que inicialmente se interpretaba como una emboscada planificada contra las tres víctimas sin motivación personal, ahora se ve bajo otra luz: una posible vendetta narco interna, con vínculos directos en el entorno familiar de una de las adolescentes asesinadas.
El periodista Daniel Bilotta, en el programa “Odisea Argentina”, dio detalles que refuerzan esta teoría. Según relató, “habrían sido Agostina y Ozorio quienes le robaron los tres kilogramos de cocaína a ‘Pequeño J’ y ese hecho habría desatado toda la masacre, de la cual todavía nos estamos enterando de algunos detalles”. La información no fue desmentida por la fiscalía, aunque aclararon que “toda hipótesis se analiza con rigurosidad” y que aún falta recolectar elementos clave antes de avanzar hacia posibles nuevas imputaciones.
Uno de los puntos más delicados de esta nueva línea investigativa es la relación sentimental que habría existido entre Agostina y Matías Ozorio. Según Bilotta, “Agostina, que es la mayor de esa familia, se habría convertido en amante de Ozorio. Según la hipótesis que investigan los fiscales, ella es la primera que se habría incorporado a esta célula ejerciendo la prostitución y vendiendo drogas. Así, habría facilitado el ingreso de las otras tres”. Esta afirmación introduce un componente inesperado: la posibilidad de que Agostina no haya sido una víctima pasiva del entorno narco, sino una participante activa en sus operaciones.
Las fuentes consultadas explican que el esquema de esta célula criminal funcionaba en varios niveles. Por un lado, “Pequeño J” lideraba las operaciones de narcotráfico, manejando distribución, cobros y castigos internos. Por otro, Ozorio operaba como su lugarteniente, encargado de coordinar tareas logísticas, reclutar colaboradores y mantener el orden interno. En este entramado, Agostina habría jugado un rol clave en el nexo con jóvenes del barrio, muchas veces a través de actividades aparentemente informales que luego derivaban en tareas ilícitas más comprometedoras.
La relación entre Agostina y Ozorio, de confirmarse, explicaría cómo pudo concretarse el robo de un cargamento tan importante sin que inicialmente saltaran las alarmas dentro de la organización. Se presume que la joven habría tenido acceso a información privilegiada sobre movimientos de droga y lugares de almacenamiento, algo que solo podía obtenerse desde adentro. Además, el hecho de que Lara —su hermana menor— mantuviera contacto directo con “Pequeño J” semanas antes de la masacre, sugiere que la familia no era ajena al entramado criminal, sino que formaba parte de un círculo de confianza, al menos hasta que se produjo la traición.
La justicia evalúa ahora si existe evidencia suficiente para imputar a Agostina como partícipe de los hechos que motivaron la represalia, aunque no necesariamente como autora material de los asesinatos. Por el momento, no hay una orden de detención dictada, pero los investigadores no descartan que esta situación cambie en el corto plazo si se logran confirmar los elementos mencionados en los testimonios.
Este nuevo enfoque también redefine el posible móvil del triple crimen. Hasta hace poco, se hablaba de un ajuste de cuentas sin motivación clara, pero con esta información sobre la mesa, todo parece indicar que la masacre fue una respuesta directa a un robo interno que afectó la estructura económica de la organización de “Pequeño J”. La brutalidad con la que se cometieron los crímenes —que incluyó torturas y la posterior ejecución de las tres jóvenes— encaja con el modus operandi de bandas narco que buscan imponer disciplina mediante el terror.
La revelación de esta teoría generó conmoción en Florencio Varela, donde la comunidad todavía no logra asimilar la magnitud de lo ocurrido. Vecinos que conocían a la familia Gutiérrez aseguraron estar “sorprendidos” por estas nuevas versiones. “Nunca imaginamos algo así. Lara era muy callada, parecía alejada de todo ese ambiente. Esto cambia todo”, dijo una vecina que prefirió mantener el anonimato por temor a represalias.
Por su parte, voceros judiciales insistieron en que la investigación continúa abierta y que no se descarta ninguna hipótesis. “Estamos analizando todas las pruebas disponibles, cruzando testimonios y registros de cámaras. Hay elementos muy sensibles que aún no se pueden divulgar para no entorpecer la causa”, señalaron.
El caso del triple crimen se ha convertido en uno de los episodios policiales más estremecedores del año en Argentina, no solo por la brutalidad de los asesinatos, sino también por las múltiples capas de relaciones personales, familiares y criminales que se entrelazan en torno a las víctimas y los victimarios. La figura de Agostina aparece ahora como un eje potencialmente decisivo para entender qué ocurrió y por qué.
Mientras tanto, “Pequeño J” y Matías Ozorio permanecen detenidos, acusados de ser autores intelectuales y materiales de los homicidios. Las pruebas en su contra son sólidas: registros de comunicaciones, videos de cámaras de seguridad y testimonios de testigos protegidos. Sin embargo, la posible participación de una figura cercana a las víctimas podría alterar profundamente la dinámica judicial del caso, sumando nuevos imputados y ampliando el espectro de responsabilidades.
Lo que parece claro es que el triple crimen no fue un acto aleatorio ni improvisado. Todo indica que fue el resultado de un conflicto interno dentro de una red criminal, donde la traición, los vínculos afectivos y la lógica despiadada del narcotráfico se combinaron de la forma más trágica posible.
La sociedad observa con atención el desarrollo de la causa, consciente de que cada nueva revelación pone en evidencia la profundidad de los lazos entre el narcotráfico y entornos familiares vulnerables, en los que muchas veces la frontera entre víctima y victimario se vuelve difusa.