“Es muy fuerte porque uno pierde a su mamá y a su papá al mismo tiempo, es un gran vacío”, dijo Emanuel, ahora con 24 años, a la agencia Télam, en la casa que comparte con su abuela materna, Julia Ferreyra, en el barrio santarroseño Plan 5000.
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La familia sigue buscando los restos en La Pampa. (Foto: Télam)
Según se comprobó judicialmente, el femicidio de Andrea fue la última escalada de un proceso de golpes, subalimentación, maltrato psicológico y sometimiento a la explotación sexual, una profunda trama de violencia que con los años se logró desentrañar.
“Yo le decía “flaca, te va a matar” pero era tal su temor y que él la extorsionaba con no ver más a su hijo, que terminaba volviendo. En Andrea se vio cómo estos tipos aíslan a las mujeres, las amenazan y las golpean”, lamentó Julia.
A diferencia de veces anteriores, el condenado por el crimen no presentó ninguna denuncia tras la madrugada del 10 de febrero de 2004.
Purreta era un boxeador “en ascenso”
En contraposición, Purreta era un boxeador “en ascenso”, por entonces consagrado campeón nacional, amparado por “poderosos contactos” y la connivencia de “la policía y las autoridades, que defendían al campeón”, apuntó Julia.
Dos décadas después, la familia de Andrea sigue denunciando los “privilegios" de Purreta en la Unidad Penal 4 de Santa Rosa, donde cumple su condena, al asegurar que todavía "maneja sus negocios de trata y drogas”, que incluso ofreció a su propio hijo, según contó Emanuel.
En la sentencia, la Cámara en lo Criminal 1 consideró que en Purreta “cada puño era un arma y con esas armas destruyó la vida de Andrea López”.
La búsqueda de sus restos aún recibe esfuerzos del gobierno provincial, que hoy ofrece una recompensa de 1.500.000 pesos para quien aporte datos concretos que permitan localizarlos.