Una mujer cercana al joven habló con varios medios y describió cuál fue el último contacto que tuvo con él. Sus palabras revelan la distancia emocional y la tensión que atraviesa a la familia desde que su nombre apareció en la investigación.
“La última vez que hablé con él fue para saludarlo por su cumpleaños. Me contestó cortante, me dijo ‘Bueno, chau’, y ya. Con su mamá no tiene relación porque lamentablemente se llevan mal. Es algo de ellos dos, no sabría decir más”, relató.
Consultada sobre si creía que Matías estaba involucrado en el narcotráfico, la mujer fue cauta pero dejó entrever dudas:
“No sabría decirte si vendía droga, porque no creo que lo sepa todo el mundo. La verdad, no lo sé”.
Más allá de las sospechas por narcotráfico, el testimonio aportó un dato llamativo: Matías se habría dedicado a las criptomonedas, un mundo que lo obsesionaba y que, según la familia, se convirtió en su principal actividad económica en los últimos años.
“Él estaba muy metido en lo que es las criptomonedas. Le decían que estaba loco, que pensaba que iba a ser millonario. Incluso llegó a pedir préstamos porque estaba desesperado por recomponerse económicamente de las deudas que tenía”, relató su pariente.
Este perfil contrasta con la idea de un soldado narco clásico. En lugar de armas y dinero fácil, el familiar lo describió como alguien que buscaba una salida financiera alternativa, aunque sin éxito y con un fuerte endeudamiento.
La desaparición de Ozorio de la vida pública alimentó las sospechas. Su familiar reconoció que la familia teme por su vida y que no tienen contacto con él desde hace semanas.
“Yo pienso que corre peligro de muerte. No sabría decirte quién puede estar detrás de esto. Tenemos muchísimo miedo”, aseguró con voz quebrada.
Aunque evitó confirmar amenazas directas, dejó en claro que la sensación de inseguridad es permanente:
“Por el momento no recibimos amenazas, pero sí tenemos miedo. No sabemos qué puede pasar”.
Los investigadores sostienen que Ozorio pudo haberse refugiado en otra localidad para evitar ser alcanzado por las represalias internas del narcotráfico o por las propias fuerzas de seguridad. Según esta hipótesis, su rol habría sido más relevante de lo que la familia reconoce, y esa posición lo colocaría hoy en el centro de una disputa letal.
En paralelo, la policía no descarta que su supuesta participación en el mundo de las criptomonedas sea parte de un esquema de lavado de dinero, una modalidad cada vez más frecuente en organizaciones criminales que buscan blanquear ganancias ilícitas a través de inversiones digitales.
El testimonio también reveló la fractura familiar que rodea a Matías. La mala relación con su madre, la falta de comunicación con otros parientes y su vida marcada por deudas y conflictos personales dibujan el retrato de un joven que, según allegados, “se fue metiendo en un mundo del que es muy difícil salir”.
La mujer entrevistada insistió en que la familia no conoce a fondo sus actividades, pero dejó en claro que sienten que el peligro es real y que la vida de Matías pende de un hilo:
“Él es muy joven, 23 o 24 años. No se merece esto, pero tenemos miedo, mucho miedo”.
El asesinato de Brenda, Morena y Lara fue un golpe demoledor para la sociedad argentina. Las tres jóvenes fueron encontradas sin vida en circunstancias que, según la investigación, responden a un ajuste de cuentas narco.
Los investigadores apuntan a que “Pequeño J” habría ordenado los homicidios luego de un conflicto por dinero y drogas. El crimen se convirtió en un caso testigo de cómo las disputas internas en el submundo del narcotráfico bonaerense dejan víctimas inocentes y exponen el entramado de violencia que atraviesa a distintos barrios.
En Florencio Varela, el nombre de Ozorio resuena con fuerza, aunque pocos se animan a hablar abiertamente. Algunos vecinos lo recuerdan como un chico reservado, mientras que otros aseguran haberlo visto en compañía de personas vinculadas al narcotráfico.
El clima en el barrio es de silencio y temor. La presencia policial es cada vez más notoria, pero la desconfianza hacia las fuerzas de seguridad persiste. Muchos creen que la verdad sobre el caso tardará en salir a la luz y que el miedo es el principal obstáculo para que más testigos se acerquen a declarar.
Por ahora, Matías Ozorio sigue siendo un prófugo social: ni detenido, ni formalmente imputado, pero tampoco libre de sospechas. Su familia, mientras tanto, vive en un estado de alerta constante, atrapada entre la necesidad de defender su nombre y el miedo a quedar en la mira de una organización criminal despiadada.
El caso del triple crimen de Florencio Varela se ha transformado en un espejo de la fragilidad social frente al avance del narcotráfico, donde jóvenes como Matías aparecen atrapados en redes que combinan la ilusión de un futuro económico prometedor con la crudeza de la violencia narco.