DOLOR

Tristeza por la noticia que nadie quería escuchar sobre Benjamín, el niño que recibió un disparo en la nuca mientras cazaba patos

La tragedia ocurrió durante una salida de caza que compartía con un amigo de 14 años, en un episodio que sumó conmoción por la edad de los involucrados y por las circunstancias que rodearon el disparo que terminó costándole la vida.

Tristeza por la noticia que nadie quería escuchar sobre Benjamín, el niño que recibió un disparo en la nuca mientras cazaba patos

La muerte de Benjamín Zaikoski, un niño de tan solo 13 años, estremeció al pequeño pueblo de Abramo, en La Pampa, y dejó una herida abierta en toda la comunidad. La tragedia ocurrió durante una salida de caza que compartía con un amigo de 14 años, en un episodio que sumó conmoción por la edad de los involucrados y por las circunstancias que rodearon el disparo que terminó costándole la vida.

El hecho sucedió el viernes pasado, alrededor de las 19.40, en las inmediaciones del barrio Plan 5.000, en la localidad de Jacinto Arauz. Allí, en un canal de desagüe pluvial que desemboca en la laguna del pueblo, los dos adolescentes realizaban una actividad habitual en zonas rurales: la caza de patos. Sin embargo, lo que para muchos chicos y jóvenes de la región es un entretenimiento heredado de generaciones, terminó convirtiéndose en un episodio irreversible.

Según las primeras informaciones, Benjamín recibió un disparo en el cuello, a la altura de la nuca. El proyectil quedó alojado en la mandíbula, causando heridas gravísimas que obligaron a su traslado inmediato al hospital Favaloro de Santa Rosa. Allí permaneció internado en estado crítico durante horas, mientras su familia y vecinos se aferraban a la esperanza de un milagro. Pero la gravedad de la lesión era extrema. Finalmente, pese a los esfuerzos médicos, el niño perdió la vida, desatando una profunda conmoción en toda la zona.

La salida había sido planificada como una actividad recreativa entre amigos, en un ámbito rural donde la caza es parte de la vida cotidiana de muchos jóvenes. Esa normalidad es justamente la que vuelve aún más difícil para la comunidad intentar comprender lo ocurrido. La muerte de un niño en estas circunstancias no solo despierta dolor, sino también una sucesión de preguntas sobre seguridad, manejo de armas y supervisión adulta en actividades que implican riesgos evidentes.

En Abramo, un pueblo de pocas familias donde todos se conocen y donde la infancia transcurre en un entorno compartido, la noticia corrió de casa en casa con una rapidez que solo puede compararse con el impacto emocional que dejó detrás. Nadie pudo permanecer indiferente. El silencio, el desconcierto y las muestras de apoyo hacia la familia Zaikoski se multiplicaron desde los primeros minutos.

El club Abramo Rojo, institución central en la vida social del pueblo, fue uno de los primeros espacios en expresar públicamente su pesar. En un comunicado difundido en redes sociales, comunicaron: “La familia del Rojo Abramo se encuentra sumida en el más profundo e inexplicable dolor ante la repentina partida de nuestro querido Benjamín Zaikoski, a la temprana edad de 13 años, a causa de un trágico accidente”. Las palabras fueron acompañadas por el dolor visible de los propios miembros del club, que vieron crecer al pequeño entre actividades deportivas, eventos comunitarios y tardes de juego.

El mensaje de la institución continuó resaltando el profundo arraigo social que tenía el niño: “En un pueblo tan pequeño y unido como Abramo, donde todos crecemos bajo el mismo manto de amor y cuidado, esta pérdida golpea directamente en el corazón de nuestra comunidad”. No se trató solo de un comunicado formal, sino de un verdadero reflejo del impacto emocional que la tragedia generó en cada familia, en cada vecino y en cada uno de los chicos que compartía con Benjamín sus días de escuela y de club.

Los integrantes del Abramo Rojo agregaron también: “Aunque el dolor hoy es inmenso, sabemos que la memoria de Benja jamás se irá. Su risa, sus travesuras y su andar seguirán presentes en cada rincón de Abramo: en las canchas, en el club, en las calles que lo vieron crecer y en cada encuentro”. Estas palabras lograron expresar una mezcla de tristeza y homenaje, un intento de convertir la pérdida en un recuerdo vivo que se mantenga en el tiempo.

Detrás de las frases institucionales hay historias concretas: vecinos que vieron crecer al niño, amigos que compartían tardes enteras, familias que se conocen de toda la vida. Para ellos, la noticia no fue solo un titular ni un suceso aislado, sino una fractura personal. En pueblos como Abramo, donde la pertenencia y los vínculos son parte central de la identidad, la muerte de un chico es un golpe emocional que se siente de manera colectiva.

Mientras la comunidad buscaba consuelo, comenzaron a conocerse detalles sobre la reconstrucción del hecho. El disparo habría sido realizado con un arma de fuego —cuya procedencia todavía se encuentra bajo investigación— manipulada por el adolescente que acompañaba a Benjamín. Las autoridades no brindaron información oficial definitiva, aunque sí se confirmó que ambos menores estaban solos en el momento del accidente.

En Argentina, y especialmente en las zonas rurales, el manejo de armas por parte de menores es una problemática compleja. Aunque existen regulaciones estrictas, la tradición de la caza deportiva o de subsistencia hace que en muchos hogares rurales las armas formen parte de la vida cotidiana, incluso cuando no todos los miembros cuentan con entrenamiento o supervisión adecuada. Este caso reabre un debate que aparece periódicamente: cómo garantizar la seguridad de los chicos en entornos donde el contacto con armas es frecuente y, muchas veces, naturalizado.

Los investigadores buscan determinar si el disparo fue accidental, si el arma se disparó por una mala manipulación o si hubo algún factor externo que contribuyó al desenlace. Hasta ahora, todo indica que se trató de un accidente, pero la Justicia continúa recolectando información para esclarecer lo sucedido. Las pericias balísticas, testimonios y reconstrucciones serán claves para comprender con precisión cómo ocurrió el disparo fatal.

En paralelo, la dimensión humana del hecho supera cualquier explicación técnica. La muerte de un niño en un pueblo pequeño tiene un impacto que trasciende lo judicial: destruye rutinas, altera dinámicas comunitarias y deja una marca indeleble en quienes compartían su vida cotidiana. Para los padres de Benjamín, la pérdida es devastadora y difícil de poner en palabras. Para sus amigos, es un vacío imposible de comprender a tan temprana edad.

En los días posteriores, Abramo se transformó en un espacio de duelo silencioso. Las calles que suelen llenarse con el ir y venir de familias y chicos se vieron marcadas por un clima de respeto y dolor compartido. En la escuela, docentes y directivos acompañaron a los compañeros de Benjamín, conscientes del shock emocional que una pérdida tan violenta puede generar entre niños y adolescentes. En el club, las actividades siguieron, pero con un tono diferente: los espacios de juego parecían incompletos sin la presencia del pequeño.

La comunidad, sin embargo, encontró distintas maneras de acompañar a la familia. Se organizaron cadenas de oración, muestras de solidaridad y gestos de presencia constante. En pueblos como Abramo, el acompañamiento es una práctica casi instintiva: se cocina para la familia afectada, se ofrecen vehículos, se brindan palabras de aliento, se permanece presente en velorios y despedidas. La unión comunitaria es uno de los pocos refugios frente a un dolor tan inmenso.

A la par del duelo, también se instaló la reflexión. Muchos vecinos comenzaron a preguntarse qué medidas pueden tomarse para evitar que tragedias como esta vuelvan a repetirse. La supervisión adulta en actividades con armas, la educación sobre seguridad, el almacenamiento adecuado de armamento y la necesidad de regular el acceso de menores a estas prácticas quedaron en el centro del debate.

Aunque se trata de un hecho aislado, para algunos habitantes de la zona la tragedia es una llamada de atención. La caza, tan arraigada en la cultura rural, puede ser una actividad segura cuando se realiza con formación, responsabilidad y supervisión, pero se convierte en un riesgo extremo cuando esos elementos fallan. En ese contexto, la muerte de Benjamín podría convertirse en un punto de inflexión para revisar costumbres naturalizadas.

Mientras tanto, la figura del pequeño Benja —como lo llamaban— quedó grabada en la memoria de todos. La comunidad prefiere recordarlo con su energía, su alegría y su participación activa en la vida del pueblo, antes que por las circunstancias trágicas de su muerte. Ese es, quizás, el primer paso en el camino hacia la sanación colectiva: transformar el dolor en memoria.