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Hasta que maten a un juez

Hasta que maten a un juez

En "La parábola de Pablo", el libro en el que se basó la serie sobre Pablo Escobar, se describe con alarmante claridad cómo se agravan las relaciones entre el capo narco y el poder político cuando deciden matar a un magistrado. Como si faltara un suceso de tamaña gravedad para que se registre el nivel de violencia extrema que ya se venía manifestando de otras formas.

Ese recuerdo viene a cuento de lo que sucedió esta última semana en Rosario con los tiroteos a casas de jueces y sus familiares. Se advierte una tendencia a relativizar la gravedad de estos sucesos, también, como si por sí solos ya no fueran suficiente muestra de que algo importante hace rato que anda mal.

El ministro de Seguridad de la provincia, Maximiliano Pullaro, registró en carne propia la velocidad con la que un comentario puede quedar desacreditado por la realidad en apenas unas horas. Cuando ocurrió le primera balacera de la semana —que no fue la primera de esta saga— intentó bajarle el perfil al hecho de una manera un tanto naif.

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Que no se sabía exactamente si la balacera estaba dirigida al magistrado que dictó los procesamientos contra los integrantes de la banda Los Monos, que la trayectoria de las balas indican que se apuntó a dos personas que pasaban caminando, fueron algunos de los comentarios del funcionario que en poco tiempo quedaron sepultados por la vida real.

Incluso cuando se produjo una nueva balacera, esta vez en la casa donde vive el padre del juez penal Juan Carlos Vienna, intentó averiguar si los diarios actualizan esa noticia en sus portadas, preocupado porque sus dichos no queden desactualizados.

Casi que recibió en un día un curso acelerado de edición periodística. Más sano hubiera sido darle al asunto la gravedad que tiene, no desde ahora, y procurar acertar con las medidas para que no vuelva a pasar.

Acá la policía tiene mala suerte

En este punto hay un detalle curioso. Volviendo a la serie del narco colombiano, era común ver en esos atrapantes capítulos a la policía tirotearse con los narcos, o cada tanto desbaratar un atentado, o apresar a los responsables de alguna maniobra de amedrentamiento como las que ahora sufre Rosario.

Acá los policías tienen mala suerte. Nunca se cruzan con los sicarios. Y después de cada balacera, nadie es apresado ni se descubre dónde se planean los futuros atentados.

Tampoco pareciera hacer falta un complejo sistema de inteligencia para conseguir algunos resultados. Los balazos suelen provenir de autos o motos que nadie sabe donde se pierden o quien los "abduce".

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Con la Central de Información Criminal Operativa "El Ojo", que el gobierno provincial implementó hace un tiempo, debería ser suficiente. Para que no se la critique porque por ahora su nombre es más importante que sus resultados.

Porque si no pasa nada, los asesinos a sueldo la tienen fácil. Será entonces cuestión de apuntar bien a quien ajusticiar y se termina el problema. Los jueces se van a apartar, se van a ir del país o van a pensar dos veces si vale la pena intentar hacer justicia para arruinarse la vida.

Estertores que siguen

El propio gobernador Miguel Lifschitz tendría que revisar su asesoramiento cada vez que enfrenta una explicación sobre este tipo de episodios. De paso, ¿quién le dijo a los funcionarios que sólo con aparecer en los medios o en las redes sociales para lamentar lo sucedido se enfrenta eficazmente el problema?

Cuando los primeros balazos contra viviendas vinculadas a jueces lo sorprendieron en el sudeste asiático, el gobernador dijo convencido que se trataba de los últimos estertores de una banda desarticulada y que fue llevada a la Justicia.

Apenas unos pocos días más tarde tuvo que salir a reconocer que lo que parecía un hecho aislado ahora se está repitiendo con preocupación.

Desde el periodismo no tenemos más remedio que interpelar a las autoridades para que alumbren resultados concretos que no hagan naturalizar estas balaceras que, para tener una idea, ya han hecho modificar los horarios de cierre de los diarios. Cada noche, entre las 20 y las 22, hay que desarmar las noticias de la jornada.

Fueron los gobernantes los que se propusieron para aportar las soluciones necesarias. No debe ser fácil. Por eso la mayoría de la gente no quiere ni ser candidato. Pero quienes prometieron resolver los problemas de la seguridad cuando asumieron, ahora están obligados a rendir cuenta.

Para que ojalá no llegue el día en el que no haga falta discutir tantos detalles, porque estará demasiado claro a quien estaban dirigidas las balas.

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