Emocionante

¿Qué miramos cuando miramos los aviones?

Diego Geddes
por Diego Geddes |
¿Qué miramos cuando miramos los aviones?

Lunes 

Mal dormido y cansado por dos días consecutivos de Lollapalooza, llego al subte y encuentro a un muchacho de unos 25 que hace monerías, subido a un pedestal. Baila en modo espástico, hace caras… Me desorienta un poco su actitud pero encuentro la respuesta mirando hacia la escalera de salida del subte: de ahí veo salir a una chica con sonrisa incómoda que denota ternura, amor y vergüenza.

Los veo abrazarse, no hay lunes alrededor que les importe. Creo que todos buscamos lo mismo, dice Andrés, y aunque él habla de la libertad yo le agrego esto: uno que te haga monerías, una que te responda con esa sonrisa de cachetes colorados.

Manejo por la 9 de Julio rumbo al bajo y entre los miles de estímulos visuales me sorprende un avión que pasa al fondo. En el plano queda atrás del Obelisco y por la perspectiva parece un efecto berreta, como de utilería.

Siempre estoy mirando los aviones: en la terraza de unos amigos, mientras todos hablaban de sus cosas, yo solía colgarme con la trayectoria de los que aterrizaban y despegaban de Aeroparque. En París, cuando mirás al cielo, siempre hay uno para ver. En mi casa de Bahía Blanca, cada tanto, pasaba uno que dejaba estela. “Ese es el vuelo que va a Australia”, me enseñaron a decir.

Otra de Andrés: Es tarde, se hizo de día, mientras por afuera, pasan los aviones.  

Martes 

Leo un texto demoledor de Cecilia Fanti sobre la muerte de su mamá, de cáncer, hace justo un año.

“Le toqué la cabeza y le dije que no tuviera miedo, que todo estaba bien y ella, lista. El apretón de manos se apagó a la vez que su lunar gordo y siempre rojo del cuello perdía el color”.

Destellos de ternura entre la rabia cotidiana: eso es la literatura de Facebook. Lo más raro es seguir como si nada, en los trabajos, en el subte, en la rutina, con tus compañeros de todos los días. A veces sería bueno poder escapar. 

Cuando googleo Diego Geddes no salen las mil notas que hice en Clarín, o las que hago ahora en A24.com, sino que aparece la hazaña de un homónimo: Diego Geddes, piloto de Aerolíneas Argentinas, uno de los comandantes del primer vuelo traspolar, entre Melbourne y Buenos Aires.

Miércoles 

Desayuno un yogur con cereales. En la tapa de aluminio dice “Mujeres que crean”.

Juego al tenis y cambio la empuñadura de mi revés. A veces los cambios son pequeños pero dicen mucho. Los golpes de mi lado débil –el revés– ahora son un poco más agresivos y me permiten tomar la iniciativa. Es, probablemente, lo más importante que vaya a hacer en la semana: fortalecer mi lado débil.

Una nota sobre Racing campeón. Podría citar mil textuales con los que me siento identificado pero elijo ese momento en que el autor descubre el mensaje que su papá le mandó a su mamá antes de morir. Ese momento en el que sigue, como si nada, con el huracán adentro.  

Jueves 

Camino por avenida de Mayo rumbo a la radio y de la nada canto “Muchacha ojos de Gacel”. Pienso en los tipos de mi generación que van por la vida impostando logros y conquistas frente a los jefes. Yo nunca voy a poder porque básicamente me la paso pensando en estas pavadas: diez o quince minutos de asociación libre, muchacha ojos de Gacel, una piba fanática de los fierros, un videoclip clase B del club de fans del Volkswagen, a la vera de la General Paz. Soy el payaso del subte y creo que todavía tengo una chica que me espera en la estación.  

A Spinetta quise entrevistarlo cuando trabajaba en el Suplemento Autos de Clarín, pero como muchas otras veces, me quedé en la parte de la idea.

La muerte de Alberto Cortéz me hace acordar a mi viejo. En el chat familiar, mi hermana le avisa de la noticia y yo refuerzo (“me re acordé de vos”). Mi viejo, algo extrañado, pregunta por qué los asociamos a él. Pienso entonces en la mirada que los hijos tenemos sobre los padres, muchas veces sostenida en una construcción inicial nunca revisada. La respuesta de mi viejo refuerza esa teoría: “Me gustaba Alberto Cortez porque le gustaba a Arturo (mi abuelo)”.

Ahora, mientras escribo, escucho algunos de sus temas con cierta melancolía (“Castillos en el aire”, “Como el primer día”). Me acuerdo de los viajes a Brasil en el 504 sin aire acondicionado, las ventanas abiertas para refrescar un rato, las ventanas cerradas otro rato para enganchar una toalla y tapar el sol. Los viajes sin cinturón de seguridad, todos nosotros sueltos en el auto, hinchando las pelotas, comiendo fiambre medio tibio, todo el tiempo la posibilidad concreta de estamparnos contra algún camión de frente.

Eramos como superhéroes pero no nos dábamos cuenta.

Viernes

Una vez recibí un mensaje privado por Facebook de la hija de Diego Geddes, en el que me contaba que le causaba mucha impresión ver mi nombre escrito en el diario. Yo nunca en mi vida había hablado con ella, pero sin demasiadas vueltas me contaba que su madre –creo que azafata de Aerolíneas– había fallecido recientemente y agregaba que su padre no había sido un buen padre –como muchos otros pilotos de aviones, esto lo agrego yo–.

Al final del texto me pedía perdón por esa catarsis, yo le respondía alguna formalidad sin saber muy bien qué decir. Por supuesto que nunca más volví a hablar con ella. Para escribir esto intenté buscar ese mensaje entre muchos otros de Facebook, pero en su lugar aparecen miles de contactos y mensajes qué no sé quiénes son: todo parece de una vida de otro tiempo.

Es una mañana agradable: viajamos por la Lugones y le insistimos a Benito para que vea los aviones que bajan en Aeroparque. A veces lo tapan los árboles, a veces se distrae con el tren, a veces simplemente no le interesa.

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