En el Chorro de Quevedo, donde fue fundada Bogotá, la capital de Colombia, las calles están pintadas y los grafitis lo inundan de colores y manifestaciones de la cultura en donde se mezclan varios siglos. En la plazoleta de El Chorro estableció su guarnición militar Gonzalo Jiménez de Quesada antes de fundar la ciudad en 1538.
Está ubicada en el centro histórico enmarcada por construcciones coloniales y de principios del siglo XX. En 1832 el lugar fue adquirido por el sacerdote Agustino Quevedo, quien instaló una fuente pública de agua. El chorro se mantuvo hasta 1896 cuando se derrumbó un muro que destruyó la fuente y algunas de las construcciones aledañas. En medio de esas calles pintorescas hay un grafiti que dice “Odio en el alma”.
Las calles del centro de Bogotá y también de Medellín -dos de las ciudades más importantes en el país del Premio Nobel Gabriel García Márquez- son laberínticas y sinuosas. Gran parte de Colombia está inmersa en la Región Amazónica o la Amazonia que comprende cerca del 40 por ciento del territorio colombiano. Una zona ideal para el cultivo de varias drogas: marihuana, plantas de coca y hasta plantas alucinógenas que todavía consumen los indígenas en sus rituales extremos y prohibitivos que se animan a hacer algunos turistas.
La historia se hace presente como un fantasma. El fenómeno de Pablo Escobar Gaviria, para muchos el narcocriminal más importante de la historia, es el resultado de un derrotero de violencia y desigualdades que incluyen complicidades políticas. Para el escritor y periodista Alonso Salazar, biógrafo de Escobar Gaviria y autor de “La Parábola de Pablo”, el libro que inspiró las narconovela El Patrón del Mal; Pablo es venerado “por su espíritu guerrero y su generosidad gente del pueblo lo admiró sin límites.
El mismo lo evidenció cuando recluido en la cárcel de La Catedral recibió miles de cartas de muchachas, niños, niñas, sacerdotes, jueces, hermanas de la caridad, deportistas, estudiantes universitarias: ‘Nadie lo remplaza en el mundo, otro como usted no vuelve a haber, ni ha habido, ni volverá a haber jamás’ le escribió una humilde mujer que vivía en el basurero de la ciudad y recibió una de las quinientas casas que él construyó en el barrio de la Virgen Milagrosa. Otros le perdían perdón para sus vidas (..). Él mismo le mostró a su mujer una carta donde una jóvenes de Bucaramanga, universitarias y vírgenes, le ofrecían, como un honor, su sexo.”
En la violencia de Colombia fue clave el rol la de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC, que recién el 24 de noviembre de 2016 firmaron un acuerdo de paz, durante el gobierno de Juan Manuel Santos. También el papel del grupo M19 (ya inactivo) y el de El Ejército de Liberación Nacional ELN, otra organización guerrillera insurgente de izquierda revolucionaria. El ELN se define como de orientación marxista-leninista y pro-revolución cubana. Un actor del conflicto armado colombiano desde su conformación en 1964. Todos estos grupos paramilitares confluyen en un territorio irregular cruzado por parte de la Cordillera de los Andes que estuvo habitado por grupos indígenas que cultivaban drogas y oro. El Museo del Oro que está en Bogotá es una muestra única en el mundo de un tesoro de cientos de años.
Colombia es una moneda -de oro- arrojada al aire. Muerto Pablo Escobar, la guerra por la droga no cesó. Del Cartel de Medellín al de Cali (y los Pepes), hoy sigue en manos de varios carteles y Bandas Criminales (BACRIM) con organigrama y sistema de distribución a través del Caribe -con alianzas con carteles mexicanos- que incluye el narcomenudeo en las plazas como puntos de ventas y la pelea territorial de nuevo adictos cada vez más chicos. “Cambian droga por trabajo” me dice una de las fuentes -que no quiere revelar su nombre- y conoce los vericuetos narcos. “Los turistas me piden desde droga hasta sexo y yo debo darles el mejor servicio”.
La idea de que los delitos en moto fueron controlados por el Estado es parcial: las fuentes coinciden en que el crimen a sueldo mermó junto con la impunidad. “Las motos que se hicieron famosos por portar sicarios ahora se controlan por las cámaras de seguridad” me advierte un policía que controla una esquina.
Con una mano encima de su cartuchera como si fuese un cowboy a punto de desenfundar, me explica la razón por la que anda con un perro con bozal que no para de ladrar: “Es por seguridad y para detectar drogas”. El oficial asegura que las cámaras registran “en tiempo real” el andar de las motos: esa es la manera en que pudieron reducir las muertes y los ataques sobre dos ruedas que no cesaron del todo.
Sigo caminando. Me subo a un taxi cuyo chofer que va a los gritos y a toda velocidad. Le pregunto si es posible conseguir droga. Levanta el ojo derecho, me mira por el espejo retrovisor y gira la cabeza hacia el asiento de atrás:
- ¿Quiere bazuco?
Corroboro que el circuito es parte del turismo narco que incluye sexo (también lo ofrece). Y que el lugar de venta está mayormente en las plazas. El taxista -que acelera sus palabras y su auto- asegura que “el bazuco mata a los paisa cada vez más niños”.
“Los que no mueren, matan o los matan”
“Y buscan a chicas jóvenes para vender sexo y droga”
“Se drogan y se matan entre ellos”
En Colombia dicen que es por el “bazuco” (la droga que es similar al crack norteamericano e hizo estragos en USA) que “los niños, los pelados, empiezan a drogarse antes de llegar a los diez años: es el primer peldaño para la iniciación en el vicio”, cuenta con cara triste Alex que perdió a su hermano “por un ajuste de cuentas del narcotráfico”.
Alex es como un antropólogo sin título, un sabedor que conoce casi todo de las calles de Medellín. Sabe de “las plazas del vicio” donde se consigue desde marihuana, cocaína, drogas de diseño y menores para el sexo. “Hace poco un argentino me dijo que quería conocer niños, varones para tener sexo porque saben que acá en Medellín hay mucho turismo de drogas y sexual”, me cuenta y señala a una chica muy flaquita que se pasea casi desnuda al lado de una de las esculturas de Fernando Botero, el artista contemporáneo más cotizado del mundo. Botero no imaginó el desfile de oferta sexual alrededor de las más de 150 obras que donó en la Plaza que lleva su nombre, frente al Museo de Antioquia.
Impacta ver todo eso junto: niñas y madres, travestis y jóvenes ofreciendo sus servicios al lado de varios agentes de policía que atinan a evitar el robo a los turistas que ingenuamente se descuidan frente a la necesidad de la foto con las esculturas. “Cuando veo esas niñas, pienso en mi hija de 15 años”, dice Alex, que reconoce que también puede conseguir lo que sea. Él también es taxista y me cuenta que hace unos días “una niña se subió al auto y ofreció sexo”.
El turismo narco sexual es el residual de un país acosado por la violencia. Mientras que en la Argentina la tasa de criminalidad cada cien mil habitantes durante la dictadura fue de 35,8 por 100 y en Chile de 30.2, en Colombia fue de 93,2. Un país donde cada familia tiene un muerto por la violencia.
“Suele pasar que en una familia hay un hijo narco y su hermano es militar y debe perseguirlo o que otro sea paramilitar, del ELN o las FARC” me repitió el arquitecto Juan. Basta recorrer la muestra fotográfica de Jesús Abad Colorado en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá -que le valió el premio a la Excelencia 2019 por la Fundación Gabo de periodismo-. “Las conmovedoras imágenes de Jesús Abad Colorado, el fotógrafo que mejor ha retratado el dolor de la guerra en Colombia”, publicó BBC Mundo en setiembre pasado.
En esa muestra está la idea de que “en Colombia no he podido saber quién es Caín y quien es Abel (..) La sucesión cotidiana del horror nos ha dejado 261.619 muertos. La mayoría -214.584 eran civiles. La barbarie registrada por el lente de Jesús es extensa: desapariciones forzadas, masacres, desplazamientos, secuestros, violencia sexual, minas antipersona. Es el retrato de un país adolorido” señala uno de los murales.
Colombia ha cambiado. No es la misma que en los 70, 80 o 90 en donde hubo “80.472 desaparecidos de manera forzada” que aún son buscadas por su familia. Hay menos violencia armada y no abundan los grandes carteles. Pero eso no significa que la muerte no esté agazapada en la oscuridad de la esquina donde abunda la droga y buscan sin éxito a los asesinos de Ayelen.