El Gobierno insiste en pretender frenar una corrida cambiaria poniendo impuestos. Al asumir el 10 de diciembre en el Palacio de Hacienda, Guzmán impuso el impuesto PAIS de 30% sobre las operaciones de compra de moneda extranjera. Como el dólar blue y el dólar en la Bolsa despegaron, se amplió la brecha entre el cambio oficial y el resto de las cotizaciones de la moneda norteamericana. Esas brechas son las semillas del “puré”. A mayor brecha, mayor ganancia.
Ahora bien, el 15 de septiembre, dado que el impuesto PAIS se quedaba corto, se perpetró el lanzamiento de otro impuesto sobre las operaciones cambiarias, en este caso el pago a cuenta de Ganancias del 35%. De esta forma, el dólar oficial más los impuestos PAIS y Ganancias, pasó a tener un valor de $132. Ese día del lanzamiento de medidas en el BCRA, el blue se operó a $131. Era el fin del puré. Pero su resurrección era tan previsible como el despegue del paralelo.
A los precios del viernes, el dólar oficial más el combo de impuestos, tenía un valor de $136. El blue se operó al cierre en $157 para la compra y $167 para la venta. La diferencia entonces para el puré volvía a ser atractiva ($21, de $157 a $136), lo que equivale a $4.200 de utilidad para los 200 dólares adquiridos por persona. La cantidad de personas que pueden acceder al subsidio oficial, al puré, son apenas un millón y paradójicamente son las de más altos ingresos las que reciben este IFE cambiario.
Pero a Guzmán-Pesce sólo les interesa conservar reservas y por esta vía “apenas” pierden 200 millones de dólares mensuales. Por ello es que, seguramente, el IFE cambiario persista unos meses más. Hay un factor no menor a tener en cuenta que no sucedía antes del “15-S”: el que accede al dólar oficial más impuestos no los vende rápidamente para hacer “puré”. Con la expectativa de un blue en una escalera al cielo, lo retiene hasta último momento. Así se trata de un puré ya no “instantáneo”, sino más diluido en el tiempo.