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Línea de la pobreza: ¿Qué expresa y a quiénes?

Línea de la pobreza: ¿Qué expresa y a quiénes?

Hablar de la pobreza abre una gama de discursos posibles desde donde encararla. Quizás los más célebres a recurrir son el discurso político y el moral sobre lo que se debiera hacer frente a los pobres. La línea de la pobreza, desde el margen de ciencias económicas, ha sido una herramienta metodológica que busca aportar datos concretos, pero que pareciera nunca convencer totalmente en su sentido. ¿Qué significa en estos términos estar hoy en la pobreza en Argentina y cómo se llega a tal determinación?

La línea de la pobreza no responde a una categoría autóctona, sino que implica una conceptualización de uso internacional. La misma refiere a un resultado expresado numéricamente, que enseña la magnitud monetaria debajo de la cual un ciudadano es considerado viviendo en la pobreza.

Al cambiar de un territorio a otro, esta línea es definida en los términos en que cada país considera acertados para medirla. Los organismos que la calculan suelen tomar el acceso a necesidades básicas como alimento, vivienda, agua potable, asistencia sanitaria, educación y electricidad, así como también cantidad de ingresos, condiciones de empleo o acceso a la canasta básica.

De este modo, la línea de pobreza aparece como un valor monetario en relación a bienes y servicios sobre un sector poblacional –generalmente se tienen como pauta a adultos- dentro de un período determinado para realizar la medición.

En última instancia, se trata de un método de carácter indirecto, dado que aproximarse al ingreso o el consumo posibilitan un panorama sobre el acceso a las necesidades de vida, pero no logra expresar la calidad y nivel de vida alcanzados.

Por ello requiere interpretación, dado que, aunque expresa una cuantía monetaria, el porcentaje de la población que se halla por encima o por debajo de dicha línea es lo fundamental, pensando en la implicancia de los números y en la búsqueda de alternativas para revertir la situación de vulnerabilidad. Generalmente, los datos que ofrecen los organismos encargados en la medición de la pobreza, indican el porcentaje de población que se halla por debajo de la línea de pobreza.

Según datos oficiales de la Encuesta Permanente de Hogares, los pobres alcanzan solo el 1,4% del total de la riqueza que circula en nuestro país.

En el marco inflacionario actual, el INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos) delimitó que una familia tipo (dos adultos y dos niños), necesitó $37.596 durante el mes de noviembre del corriente año para no caer bajo la línea de pobreza y $15.099 para acceder a alimentos básicos. De este modo, el panorama arroja que la pobreza superó el 35,4%, escenificando la realidad de 16 millones de argentinos.

Lo que parece una obviedad inicial, debe permitir abrir un margen de reflexión al respecto. Que la línea de pobreza expresa estadísticamente la situación nacional en relación a las condiciones de acceso económico de un sector poblacional, hace caer de maduro que nos está hablando de un sector delimitado. Nuevos, viejos, jóvenes, adultos, hombres, mujeres, en desempleo, en actividad, etc., delimita a los pobres.

Pero saliendo del facilismo numérico y el tecnicismo economicista respecto a la línea de la pobreza como herramienta, es posible leer la misma figura como expresión de una realidad. Entonces ya no nos arroja datos sobre un sector en particular, sino que se esclarecen responsabilidades que nos hablan también de políticas estatales, de la distribución de la riqueza, el concepto popular respecto a la vulnerabilidad, la polarización adquisitiva y la fragmentación nacional respecto a la calidad de vida que se ensancha.

Tras este panorama, sería reduccionista atribuir a la figura de “los pobres” lo que implica la línea de la pobreza, dado que diversos sectores sociales –por no decir todos- atraviesan la cuestión y se expresan en las mismas cifras que pretenden cernir las dificultades socio-económicas. Las cifras de la pobreza hablan más de la riqueza que de la pobreza misma.

De este modo, la línea de pobreza, también es línea porque zanja, divide dos terrenos: aquellos que están por encima y aquellos que no lo están, con todo lo que implica el estar por debajo. Y esta parcelación no responde solamente a características económicas reales en términos de poder adquisitivo y calidad de vida demarcadas en un tiempo, sino que también implican una disyuntiva de posibilidades hacia el futuro.

Una línea horizontal, que hace las veces de suelo para aquellos que están arriba, permitiendo el asentamiento para el progreso, la estabilidad, el punto de apoyo y, por supuesto, de despegue. Para los de abajo, al igual que un diagrama subterráneo, la solidez del suelo de los superiores representa el mismo techo robusto que demarca las posibilidades, las aspiraciones, las necesidades y los derechos.

Sin ir tan lejos como esta representación tan radical que representa no obstante una polarización real, es preciso recordar que hay líneas gruesas y hay líneas finas. La línea de la pobreza, es una delgada, frágil, inconsistente dentro de la vorágine política actual económica. Es el modo en que las condiciones contemporáneas hacen que la pobreza aumente no por un crecimiento poblacional desde ese sector, sino bajo el arribo de nuevos pobres.

En los últimos años se ha generado en la célebre y tendenciosa “clase media” -que en búsqueda de florecimientos suele olvidar raíces- una reestructuración que hace aparecerlos en el margen de pobreza. Y a su vez, la línea entre ésta última y la indigencia –que representa otra categoría socio-económica de análisis- se presenta la misma labilidad. Las fragilidades de líneas que dividen, que demarcan, pero que no logran ceñir como se esperaría a determinados estratos que fluctúan entre estos términos.

La línea se vuelve también un surco, un trazo que implica una “regularidad irregular”. Es decir, un destino que implica mantenerse constante e incansablemente en la inestabilidad, la incertidumbre y la fluctuación de condiciones de posibilidad.

En tanto la línea de la pobreza no deje de ser leída únicamente mediante prismas economicistas, estadísticos y técnicos, seguirá representado una división bajo los tintes de lo inevitable e inmodificable.

El compromiso por aprehender y reapropiarse de esta información, no compete solamente a los profesionales que obran con ella, sino a todos como sociedad que circula entre los márgenes que estas líneas proveen. Si no se pierde el miedo a la pobreza a la par que se acrecenta el compromiso por revertirla, la línea seguirá representando una mecha que concreta dos destinos y no un puente hacia la justicia social.

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