Según reconstruyó la fiscalía, Brown y Atkinson merodeaban la zona en busca de nuevas víctimas. Durante el transcurso de ese mismo día, ambos habían cometido robos de automóviles y asaltos a transeúntes, con el objetivo de conseguir dinero para financiar una celebración navideña y comprar drogas. Estaban bajo los efectos de marihuana y cocaína, una combinación que, lejos de inhibirlos, potenció su conducta violenta.
Fue en un estacionamiento donde Tricia fue interceptada. Los agresores se acercaron cuando la joven estaba descendiendo de su vehículo. El objetivo inicial fue el robo del auto, pero la situación escaló rápidamente hacia un secuestro que terminó en una agresión brutal.
Las pruebas recolectadas durante la investigación revelaron que Tricia McCauley fue obligada a subir nuevamente a su vehículo y quedó a merced de sus atacantes. Lo que siguió fue una sucesión de hechos de extrema violencia que quedaron acreditados tanto por testimonios como por evidencias forenses.
La joven fue golpeada, sometida a agresiones físicas reiteradas y abusada sexualmente. La autopsia posterior confirmó múltiples contusiones, lesiones compatibles con asfixia y signos claros de violación. Los peritos forenses determinaron que Tricia luchó por su vida hasta el final.
Finalmente, los agresores la estrangularon y abandonaron su cuerpo en el asiento trasero de su propio automóvil, en un intento desesperado por deshacerse de la evidencia. El vehículo fue dejado estacionado en una zona residencial, donde permanecería hasta ser descubierto.
El 27 de diciembre de 2016, un día después del crimen, la policía local encontró el Honda Accord de Tricia McCauley. En su interior, yacía el cuerpo sin vida de la joven. La identificación fue inmediata gracias a la documentación personal encontrada en el vehículo.
La noticia llegó rápidamente a la familia de Tricia, que se encontraba en Nueva Orleans, Luisiana, su ciudad natal. El impacto fue devastador. Amigos, compañeros de trabajo y conocidos comenzaron a expresar su dolor en redes sociales, describiéndola como una persona luminosa, creativa y solidaria.
Nacida en 1992 en Nueva Orleans, Tricia McCauley se había graduado en la Universidad de Luisiana en Lafayette y se había mudado a Washington D.C. para desarrollar su carrera profesional. Trabajaba como asistente de producción en una compañía audiovisual, donde era valorada por su compromiso, su ética laboral y su entusiasmo.
No tenía antecedentes penales ni vínculos con el mundo del crimen. Su vida estaba enfocada en el trabajo, la amistad y el crecimiento personal, lo que convirtió su asesinato en un golpe aún más duro para quienes la conocían.
Desde el inicio, la investigación avanzó con rapidez. Los detectives lograron rastrear los movimientos de vehículos robados utilizados por Brown y Atkinson antes y después del secuestro. El caso se fortaleció con una serie de pruebas contundentes:
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ADN de ambos acusados hallado en el cuerpo y la ropa de Tricia McCauley.
Huellas dactilares dentro del vehículo de la víctima.
Grabaciones de cámaras de seguridad que mostraban a los acusados conduciendo autos robados y desplazándose junto a la joven.
Testimonios de víctimas de robos previos cometidos ese mismo día.
Con este material, la policía logró identificar a los sospechosos y ambos fueron arrestados el 28 de diciembre de 2016, menos de 48 horas después del hallazgo del cuerpo.
Durante los interrogatorios, Brown y Atkinson confesaron parcialmente su participación en los hechos, aunque más tarde intentaron retractarse y minimizar su responsabilidad.
El caso llegó al Superior Court of the District of Columbia y fue llevado adelante por la Oficina del Fiscal del Distrito. La fiscalía presentó un relato sólido, respaldado por evidencia científica, registros audiovisuales y declaraciones de testigos presenciales.
La defensa intentó argumentar que el consumo de drogas había afectado la capacidad de juicio de los acusados. Sin embargo, el juez rechazó esta línea argumental al considerar que ambos actuaron con conciencia, coordinación y voluntad criminal, incluso antes y después del asesinato.
El tribunal sostuvo que el hecho de haber cometido múltiples delitos durante el día demostraba un patrón de conducta deliberado, incompatible con la idea de una pérdida total de control.
En junio de 2018, David Brown fue declarado culpable de todos los cargos. El tribunal lo condenó a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, más 101 años adicionales por los delitos conexos.
Por su parte, Michael Atkinson aceptó un acuerdo de culpabilidad en marzo de 2018. Aunque en Washington D.C. no existe la pena de muerte, la fiscalía federal había evaluado la posibilidad de trasladar el caso a otra jurisdicción. Finalmente, esto no ocurrió, pero Atkinson fue sentenciado a 50 años de prisión sin posibilidad de libertad condicional.
Un caso que dejó una huella imborrable
El asesinato de Tricia McCauley no solo destruyó una vida joven y prometedora, sino que también reavivó el debate sobre la violencia urbana, el consumo de drogas y la inseguridad en fechas festivas. Para su familia y amigos, la condena de los responsables no fue suficiente para llenar el vacío que dejó su ausencia.
A casi una década del crimen, su nombre sigue siendo recordado como símbolo de una tragedia evitable, ocurrida en una noche que debía estar marcada por la celebración y terminó convertida en una de las páginas más oscuras de la crónica policial estadounidense.