Este cambio significa que el domingo 26 de octubre tendrá 25 horas en total, un fenómeno que se repite cada otoño y que marca oficialmente el inicio del horario de invierno en España y en otros países europeos que siguen la misma normativa.
A lo largo del año, España adopta dos horarios diferentes:
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El horario de verano, que comienza el último domingo de marzo.
El horario de invierno, que arranca el último domingo de octubre.
Esta práctica está regulada por la Directiva 2000/84/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 19 de enero de 2001, que establece que el periodo de la hora de verano terminará en todos los Estados miembros a la 1:00 de la madrugada, hora universal (UTC), del último domingo de octubre. Por esta razón, todos los países de la Unión Europea realizan el ajuste en la misma fecha, garantizando así una sincronización horaria fundamental para el transporte, las comunicaciones y las actividades económicas.
Sin embargo, el cambio de hora no está exento de debate. Desde hace años, instituciones europeas y distintos sectores sociales discuten si realmente tiene sentido seguir modificando los relojes dos veces al año. El Parlamento Europeo y la Comisión Europea han expresado su voluntad de eliminar estos cambios horarios y dejar que cada país decida si quiere mantenerse en horario de verano o de invierno durante todo el año.
A pesar de estas intenciones, no se ha alcanzado aún un acuerdo definitivo, y por eso en 2025 el ajuste horario seguirá llevándose a cabo. Las autoridades, como el Instituto Geográfico Nacional (IGN), insisten en que la medida sigue respondiendo a criterios de eficiencia energética y a una tradición regulada a nivel comunitario que, por ahora, no se modificará.
Más allá de las cuestiones técnicas, el cambio horario tiene un impacto real en la vida cotidiana de las personas. Aunque muchos apenas lo notan, para otros este ajuste supone una alteración de su reloj biológico. Este fenómeno, conocido popularmente como “mini jet lag”, afecta sobre todo a quienes llevan rutinas muy estructuradas.
Personas que se despiertan, trabajan, estudian, comen y duermen siempre a la misma hora pueden experimentar durante los días posteriores al cambio síntomas como insomnio, cansancio, irritabilidad, falta de concentración o un descenso en el estado de ánimo. Se trata de efectos pasajeros, que suelen desaparecer en pocos días, cuando el organismo se adapta nuevamente al nuevo ciclo de luz y oscuridad.
Especialistas en cronobiología señalan que este tipo de ajustes inciden de forma diferente en función de la edad, el estilo de vida y la sensibilidad individual al cambio. Por ejemplo, los niños pequeños y las personas mayores suelen necesitar más tiempo para adaptarse, mientras que los adultos jóvenes con horarios flexibles suelen hacerlo sin grandes inconvenientes.
Para minimizar estos efectos, los expertos recomiendan realizar ajustes graduales en los horarios de sueño en los días previos al cambio, especialmente en el caso de los niños. Acostarse y levantarse 10 o 15 minutos antes cada día puede facilitar la adaptación. También es aconsejable exponerse a la luz natural durante las mañanas posteriores al cambio, ya que esto ayuda a sincronizar el reloj interno con el nuevo horario solar.
El cambio de hora de octubre, además, coincide con el inicio pleno del otoño en el hemisferio norte, una estación que comenzó oficialmente el 22 de septiembre de 2025 a las 20:19 horas (hora peninsular española), según el Observatorio Astronómico Nacional.
El otoño de 2025 tendrá una duración aproximada de 89 días y 21 horas, y finalizará el 21 de diciembre, fecha en la que comenzará el invierno astronómico. Esta transición de estaciones se acompaña de una progresiva reducción de las horas de luz, días más frescos y, en muchos lugares, paisajes teñidos de tonos ocres, rojizos y dorados característicos de esta época del año.
El hecho de atrasar los relojes en octubre tiene un fuerte componente simbólico: marca el final definitivo del verano y el inicio de una etapa en la que las tardes se vuelven más cortas, las actividades al aire libre se reducen y el clima invita a refugiarse en espacios interiores. Para sectores como el comercio, la hostelería o el turismo, estos cambios de luz también tienen repercusiones económicas.
Por ejemplo, algunos estudios han mostrado que el cambio de horario puede influir en el consumo de energía, en los hábitos de compra y en la planificación de actividades. Durante años, la principal justificación para mantener esta medida ha sido el ahorro energético, aunque distintos análisis recientes cuestionan si ese ahorro sigue siendo significativo en un contexto donde la iluminación LED y las nuevas tecnologías han reducido considerablemente el gasto de luz.
A pesar de las dudas, el cambio de hora continúa siendo una cita fija en el calendario europeo. En España, las autoridades recuerdan cada año la importancia de ajustar todos los dispositivos —especialmente los analógicos— para evitar confusiones con horarios de transporte, citas médicas, clases o eventos. Los teléfonos móviles y la mayoría de los dispositivos electrónicos realizan el cambio automáticamente, pero aún existen relojes en hogares y oficinas que requieren un ajuste manual.
En definitiva, el cambio de hora de invierno de 2025 en España no solo es un acto mecánico de mover las manecillas del reloj, sino que representa la adaptación colectiva a un nuevo ritmo estacional. Mientras el debate sobre su permanencia o eliminación sigue abierto en Bruselas, millones de personas volverán, una vez más, a disfrutar de una madrugada con una hora extra y de tardes que se acortan poco a poco.
Este ritual, repetido cada año, es un recordatorio de cómo las políticas públicas, la ciencia y las costumbres sociales se entrelazan para dar forma a la organización del tiempo que rige nuestras vidas. Y aunque pueda parecer un detalle menor, el simple hecho de atrasar una hora el reloj implica cambios en rutinas, en estados de ánimo y en la percepción misma del paso de las estaciones.