Esther se negó con firmeza. Pero el rechazo no fue aceptado. Según relataron vecinos a la Policía, el capo ordenó a integrantes de su banda que fueran a buscarla. Horas después, varios hombres la arrastraron fuera de la fiesta y la llevaron a un lugar apartado, donde comenzó la pesadilla.
Una tortura para “dar un mensaje”
El calvario de Esther fue largo y cruel. Los agresores la golpearon brutalmente, la desfiguraron y, según confirmó luego el Instituto Médico Forense (IML), también la abusaron sexualmente. La violencia, según la hipótesis de los investigadores, habría sido una orden directa de “Coronel”, con el objetivo de enviar un mensaje de terror: así terminan las mujeres que se atreven a rechazarlo.
El cuerpo fue abandonado horas después en la puerta de su casa, en el barrio de Vila Aliança. Estaba desfigurado, con heridas en todo el cuerpo, lo que evidenciaba la brutalidad de la golpiza. Sus vecinos, horrorizados, intentaron llevarla de urgencia al hospital, pero la joven ya había fallecido.
Los sueños que le arrebataron
El femicidio de Esther no sólo conmocionó por la violencia del hecho, sino también por la historia de vida de la joven. Su familia contó que había anotado en un cuaderno sus metas para el futuro cercano: terminar las clases de conducir, mudarse a un nuevo departamento, adoptar un perro y comenzar una etapa más feliz. “Será el mejor año de mi vida”, había escrito sobre lo que esperaba para el 2025.
Amigos y familiares la describieron como una chica alegre, llena de planes y con sueños simples, pero importantes. “Quería estudiar, trabajar, cambiar su vida. Eso se lo arrebataron de la manera más cruel”, expresó una amiga cercana en diálogo con el portal g1.
El dolor de la familia
El asesinato dejó una marca imborrable en su entorno. La hermana de Esther publicó desgarradores mensajes en redes sociales: “Entregaron a mi hermana desfigurada y sin vida. Arruinaste a mi familia. Ella soñaba con ser madre, con casarse. Y ahora, ¿qué hago con mi vida sin ti?”.
En otro posteo, escribió: “No tengo sueño ni sed. Quiero justicia. Lucharé por ella hasta el final. Solo Dios tenía derecho a quitarle la vida”.
La familia había abandonado hacía poco la comunidad de Muquiço, donde habían sufrido un robo, con la esperanza de comenzar de cero. Esther se mostraba feliz con la mudanza y con la posibilidad de concretar sus proyectos personales. Esa ilusión fue destrozada de manera irreversible.
El principal sospechoso: un narco prófugo
El acusado es Bruno da Silva Loureiro, alias “Coronel”, jefe del tráfico en la favela de Muquiço y miembro del TCP, una de las organizaciones criminales más violentas de Río de Janeiro. Según la policía, tiene un extenso historial delictivo que incluye tráfico de drogas, homicidios, robo de vehículos, portación ilegal de armas y lesiones.
Hasta el momento permanece prófugo y es intensamente buscado. Para los investigadores, su poder en la región y la red de protección que le brindan sus hombres dificultan la captura.
Una estadística que no deja de crecer
El caso de Esther se suma a una lista cada vez más extensa de femicidios en Río de Janeiro. De acuerdo con datos del Instituto de Seguridad Pública (ISP), 49 mujeres fueron asesinadas en el estado en lo que va del año, la mayoría en contextos de violencia machista y vinculados al narcotráfico.
A nivel nacional, las cifras son aún más alarmantes. En 2024, Brasil registró un promedio de cuatro femicidios por día, alcanzando un total de 1.459 víctimas, según datos del Ministerio de Justicia. Desde que el delito fue tipificado en 2015, más de 11.800 mujeres han sido asesinadas por motivos de género en el país.
Indignación y reclamo de justicia
El femicidio de Esther desató indignación en redes sociales y en las calles de Río. Diversas organizaciones feministas exigieron justicia y reclamaron mayor protección estatal para las mujeres que viven en zonas dominadas por el narcotráfico.
“El caso de Esther demuestra cómo los cuerpos de las mujeres son usados como territorio de poder por los narcos. Su asesinato no es solo un femicidio, es también un crimen mafioso que busca disciplinar a toda la comunidad”, señalaron desde colectivos feministas en un comunicado.
La policía continúa con las investigaciones, pero hasta el momento no hay detenidos. La sensación de impunidad acrecienta el dolor de la familia y la bronca de los vecinos.