Alberto no solo lloró a su nieta, sino que también puso en palabras la desesperanza de una sociedad que cada vez se siente más vulnerable frente a los crímenes vinculados al narcotráfico.
En medio del dolor, el abuelo fue contundente al hablar del accionar de los investigadores. “Vos no podés pedir el día de ayer un barrido de celulares. Cuando hicieron el barrido celular no encontraron el lugar. Estamos todos locos. ¿Por qué no lo hicieron antes? Ellos son la Justicia, ellos saben dónde tienen que ir. Yo soy plomero y sé dónde tengo que arreglar una cañería, ellos tienen que saber cómo buscar”, denunció.
Su indignación reflejó la sensación de muchos familiares de víctimas, que suelen señalar demoras, errores y negligencias en las primeras horas de una desaparición. En este caso, Alberto sostuvo que el tiempo perdido pudo haber sido clave para salvar la vida de las chicas.
Aunque ya hay cuatro detenidos por el triple crimen, los allegados no creen que el caso esté esclarecido. Alberto lo dejó en claro: “Vamos a luchar para que se sepa quiénes fueron. No lo vamos a averiguar nosotros, pero como familia se los puedo asegurar: vamos a seguir investigando, somos muy unidos”, advirtió.
Esa determinación se transformó en un grito de resistencia en medio de la tragedia. Los familiares no están dispuestos a que la causa se diluya con el paso del tiempo. Por el contrario, quieren que la muerte de Morena, Brenda y Lara marque un punto de inflexión.
El caso está atravesado por una investigación que apunta a un líder peruano de una organización delictiva con ramificaciones en el barrio 1-11-14 y en distintas zonas de Flores. Según las denuncias de los familiares, las jóvenes ejercían la prostitución en esa área y estaban en contacto con redes vinculadas al narcotráfico.
Para Alberto, la responsabilidad también recae en el Estado: “Van a agarrar al que vende 100 gramos de droga, pero a los que la entran no lo van a hacer. No hay custodia de frontera, no hay nada. Les dan cosas a los chicos y los arruinan. Ahora nos pasó a nosotros, pero esto puede seguir pasando si nadie hace nada”, señaló.
Su reflexión encendió un debate mayor: ¿hasta qué punto la falta de controles y la expansión del narcotráfico están detrás de las tragedias que se repiten en barrios populares del conurbano?
El abuelo también habló del sufrimiento que atraviesan sus seres queridos, en especial su esposa. “Sacaron dos cositas hermosas de nuestra vida. ¿Ustedes saben lo que pueden haber sufrido esas chiquitas? El dolor que habrán sentido en sus cuerpos”, expresó con la voz quebrada.
Además, recordó al hijo pequeño de Brenda, que quedó bajo el cuidado de sus abuelos paternos: “El nene está con ellos, pero lo único que dice cuando llega la noche es ‘mamá, mamá, mamá’. ¿A vos te parece que tengamos que llegar a esto?”, lamentó.
La escena revela el impacto generacional del crimen: abuelos que deben llorar a sus nietas al mismo tiempo que intentan contener a un bisnieto huérfano que todavía llama a su madre.
En Florencio Varela, la casa donde fueron encontrados los cuerpos quedó señalada como un símbolo del horror. Vecinos relataron que estaba habitada desde hacía poco más de un año por una pareja que mantenía la vivienda en condiciones normales, sin generar conflictos visibles.
Sin embargo, tras los allanamientos, la calma aparente se transformó en miedo. Muchos habitantes temen que puedan aparecer otros casos similares en la zona, y reclaman mayor presencia policial para evitar que el barrio se convierta en refugio de organizaciones criminales.
Al finalizar la entrevista, Alberto lanzó un mensaje que trascendió su dolor personal para transformarse en un pedido colectivo: “Quisiera que alguien nos escuche. No voy a culpar a las chicas por lo que pasó, nadie sabe por qué las mataron. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Necesitamos que haya un cambio de una vez por todas, que esto no pase nunca más”, reclamó.
Sus palabras se replicaron en redes sociales y en medios de comunicación, donde muchos usuarios expresaron su solidaridad con la familia y su indignación por la brutalidad del crimen.
Las familias de las tres jóvenes habían denunciado su desaparición en La Matanza, lo que derivó en una búsqueda intensa. Finalmente, los cuerpos fueron encontrados enterrados en una vivienda de Florencio Varela, en un operativo que marcó el desenlace más temido.
El reconocimiento se llevó adelante en la DDI de La Matanza, donde los familiares confirmaron la identidad de las víctimas a través de fotografías. Paralelamente, la policía lanzó un operativo para dar con el cabecilla de la organización narco señalado como el principal sospechoso.
El triple crimen volvió a dejar al descubierto los vínculos entre la explotación sexual, el narcotráfico y la vulnerabilidad de las mujeres jóvenes en contextos de marginalidad.