Desde el momento en que se confirmó la identidad de la víctima, la investigación se centró en los propietarios de las dos viviendas colindantes. No era una simple coincidencia: uno de ellos, Cristian Graf, no solo vivía junto al lugar donde se hallaron los restos, sino que había compartido aulas con Diego en su adolescencia.
Esa conexión personal, sumada a ciertos comportamientos llamativos, comenzó a construir el perfil de un sospechoso con posibles motivos y oportunidades para cometer el crimen.
Uno de los indicios más extraños y reveladores apareció en el propio patio de Graf. Se trata de una planta de banano plantada justo en el punto donde fueron encontrados los restos de Diego.
Según fuentes cercanas a la causa, esta planta no estaba allí por casualidad: habría sido utilizada como marca para señalar el lugar exacto donde estaba enterrado el cuerpo. La ubicación, a pocos metros de una pileta y pegada a la nueva medianera, resultó imposible de pasar por alto para los investigadores.
El periodista Rolando Graña describió la situación con una analogía contundente: “Es como tener una marca en una pared para decir ‘por acá pasa un caño’. Bueno, esa planta lo que hacía era marcarles a ellos dónde estaba justamente enterrado el cuerpo de Diego”.
La versión coincide con el relato de los obreros que trabajaban en la construcción de la medianera. Según sus declaraciones, Graf se mostró extremadamente preocupado por la planta y les dio órdenes explícitas de no tocarla ni remover la tierra que la rodeaba.
Los albañiles que participaron en la obra aportaron testimonios que ahora son parte del expediente judicial. Uno de ellos declaró: “En todo momento estuvo presente, controlando lo que hacíamos. Lo notaba preocupado”.
Otro trabajador relató que Graf insistió varias veces en que esa planta no debía ser movida. Esta actitud llamó poderosamente la atención, ya que en 1984, cuando desapareció Diego, en ese mismo sector del jardín solo existía una ligustrina, y la planta de banano fue colocada posteriormente.
Para los investigadores, el hecho de marcar un lugar con una especie vegetal inusual en la zona refuerza la hipótesis de que Graf sabía exactamente lo que estaba enterrado allí.
En 1984, Diego era un estudiante secundario con una vida aparentemente normal. Vivía con su familia en el barrio de Saavedra y, como tantos jóvenes, pasaba tiempo con amigos y conocidos de la escuela.
Su desaparición generó en ese momento una búsqueda intensa por parte de sus padres y vecinos, pero los esfuerzos no dieron resultados. La ausencia de pruebas concretas y la falta de avances en la investigación terminaron por congelar el caso.
Con el paso de los años, el nombre de Diego quedó en la memoria de quienes lo conocieron, pero la justicia nunca logró avanzar hacia un culpable. Hasta ahora.
El hallazgo de los restos en la propiedad de Graf y los testimonios de los obreros dieron un nuevo impulso a la causa. La Fiscalía porteña, junto con la Policía de la Ciudad, ha reabierto líneas de investigación que durante décadas permanecieron cerradas.
Las autoridades buscan reconstruir el recorrido de Diego en sus últimas horas con vida, identificar si hubo testigos que lo vieran con Graf y determinar las circunstancias en que pudo haber ocurrido el crimen.
Fuentes judiciales señalan que se están recopilando viejas declaraciones de amigos, familiares y excompañeros, además de peritajes complementarios sobre el terreno donde fue hallado el cuerpo.
Aunque todavía no se cuenta con una prueba directa que incrimine a Graf, la acumulación de indicios es cada vez más difícil de ignorar. La planta de banano como señal, su comportamiento controlador durante la obra, las contradicciones en sus declaraciones y su vínculo previo con la víctima forman un cuadro de sospecha sólido.
Además, la ubicación exacta de los restos y el hecho de que hayan permanecido enterrados sin ser descubiertos durante 40 años refuerzan la hipótesis de que quien los ocultó conocía muy bien la propiedad y tenía acceso libre a ella.
En las próximas semanas, se espera que la justicia realice nuevas excavaciones y pericias en la zona, con el objetivo de encontrar elementos adicionales que permitan sostener una acusación formal.
Asimismo, no se descarta que se convoque a testigos del barrio que en 1984 pudieran haber visto movimientos extraños o alteraciones en el terreno donde hoy está la planta de banano.
Si las pruebas continúan apuntando a Graf, podría ser imputado formalmente por el homicidio de Diego Fernández Lima, un crimen que permaneció oculto bajo tierra durante cuatro décadas.
El asesinato de Diego Fernández Lima y la posibilidad de que su cuerpo haya sido enterrado a pocos metros de una pileta, marcado solo por una planta, impacta por el nivel de frialdad y cálculo que sugiere.
Para los investigadores, no se trata solo de un homicidio, sino de una ejecución cuidadosamente disimulada, cuyo secreto dependía de un simple elemento de jardinería.
Mientras la causa avanza, el recuerdo de Diego regresa al centro de la escena pública, y con él, la esperanza de justicia para una familia que esperó 40 años para saber qué había pasado.
Más allá de las pericias, la causa de Diego es un recordatorio de cómo los crímenes sin resolver dejan heridas abiertas durante generaciones. La reaparición de este caso no solo busca encontrar a un culpable, sino también cerrar un ciclo de dolor para quienes lo conocieron.
En este sentido, el hallazgo de la planta de banano es más que una curiosidad botánica: es un símbolo del silencio y la impunidad que rodearon el asesinato de un adolescente cuya vida fue interrumpida abruptamente.