Javier Milei entra en el tramo final de su primer gran examen electoral de medio término. No se elige presidente, pero el clima es de balotaje permanente. Se juega mucho más que una elección legislativa. El Gobierno lo sabe.
Entre el desgaste económico y la presión política, Milei cambia el libreto y se muestra dispuesto a pactar cuando termine la campaña. ¿Es un cambio de discurso táctico para mejorar el resultado electoral o es un giro pragmático?
Javier Milei entra en el tramo final de su primer gran examen electoral de medio término. No se elige presidente, pero el clima es de balotaje permanente. Se juega mucho más que una elección legislativa. El Gobierno lo sabe.
Los libertarios estaban convencidos de que en este tramo del mandato estarían mucho mejor plantados. La inflación controlada y un crecimiento moderado (o incluso "como pedo de buzo") permitían pensar en objetivos a 40 años. Quizás ser una potencia como Irlanda.
Pero los resultados no están siendo los esperados. La economía no reacciona, el dólar se mueve más de lo que conviene y el humor social dejó de comprarse la épica del ajuste. En la Casa Rosada ya nadie habla de “revolución libertaria”: hablan de encuestas, gobernabilidad, votos perdidos y un apoyo de Estados Unidos que se dilata. Milei, el outsider que prometía arrasar con la política tradicional, enfrenta su propio espejo y ve algo que no le gusta. Por eso, necesitó en los últimos días dar un volantazo discursivo.
El problema es que Milei y su gobierno nunca lograron volver al centro del ring desde la derrota en la provincia de Buenos Aires. Perdieron el control de la agenda y -pese a los persistentes intentos- nunca pudieron volver a controlarla.
Sabían que necesitaban hacer una buena campaña para revertir lo que pasó en Provincia. Pero en este mes y medio hasta ahora no pudieron.
En algunos momentos por la propia crisis económica; en otros, por los problemas políticos al interior del Gobierno: desde que se instaló el escándalo José Luis Espert, fue imposible hablar de otra cosa. La provincia de Buenos Aires sigue siendo el corazón del poder real. El escándalo con su excandidato lo dejó con poco margen para instalar un relato coherente de futuro. Milei siempre se mostró desinteresado de las cuestiones políticas y electorales; pero ahora depende de eso para sobrevivir.
El tablero internacional tampoco ayudó. El esperado anuncio de ayuda económica desde Estados Unidos se diluyó entre promesas vagas y tecnicismos diplomáticos, más las contradicciones del propio Trump.
El viaje relámpago de Milei terminó en fracaso: no hubo reunión a solas, no hubo anuncios, hubo un respaldo errático... no hubo nada. Milei viajó buscando legitimidad en la principal potencia del mundo y volvió con la valija (medio) vacía. No queda claro por qué. Pero nada funciona acorde al plan.
Con una semana por delante y la política oliendo sangre, Milei decidió cambiar el tono. Enterró la motosierra —metafóricamente y en los actos— y empezó a hablar como un político tradicional. Dejó de gritar “¡casta!” y empezó a hablar de “gobernabilidad”. Tiende puentes con los gobernadores, ofrece diálogo al Congreso (salvo con los "comunistas") y hasta se muestra amable con aquellos que antes despreciaba.
También elogia a Macri y habla de fortalecer la gestión, en el colmo del presidente libertario.
La estrategia es clara: mostrarse más racional, más previsible, más “presidencial”. Es lo que le reclama el círculo rojo, que entiende que sin apoyo político es imposible hacer reformas. También se lo reclaman Estados Unidos y el FMI.
Pero esa conversión tiene un precio. Sin su costado rebelde, Milei pierde magnetismo. Y sin resultados concretos, el nuevo traje de moderado puede quedarle grande.
¿Se trata de un giro táctico? ¿Es apenas una transformación temporal? Nadie se anima a apostar a cuál de los dos Milei sobrevivirá.
El futuro es una incógnita. ¿Dejará de lado las ideas de la libertad para abrazar un reformismo posible? ¿Habrá cambios en el gabinete? ¿Se incorporará Santiago Caputo, su gurú, al poder formal? ¿Y qué papel jugará el PRO en esta nueva etapa, ahora que Macri vuelve a ser interlocutor privilegiado? ¿Qué rol le queda a Karina?
Las respuestas llegarán después del domingo 26. Por ahora, el presidente ensaya su volantazo más riesgoso: el de intentar gobernar con las reglas de la política que juró destruir. Si el giro lo salva o lo devora, será el verdadero resultado que el país empiece a contar.