Tradicional en las pizzerías porteñas, la fainá es un clásico que sabe acompañar a la pizza, cualquiera sea su gusto.
Originaria de Génova y adoptada por la gastronomía porteña, la fainá es el complemento ideal de la pizza.
Tradicional en las pizzerías porteñas, la fainá es un clásico que sabe acompañar a la pizza, cualquiera sea su gusto.
Esta preparación, hecha a base de harina de garbanzo, llegó desde la cocina genovesa y se ganó un lugar definitivo en la gastronomía argentina. Su encanto está en el contraste entre su textura crocante y el queso fundido de la muzzarella, una combinación que se volvió irresistible.
Aunque parece una receta simple, lograr una fainá casera dorada, pareja y fácil de desmoldar requiere seguir algunos pasos clave.
Para empezar, se mezclan 200 gramos de harina de garbanzo con 500 mililitros de agua en un recipiente grande, batiendo bien hasta obtener una preparación homogénea y sin grumos. Si se busca una textura más fina, se puede colar la mezcla. Luego se incorporan dos o tres cucharadas de aceite de oliva y se integra todo.
El secreto está en el reposo: la preparación debe taparse y guardarse en la heladera hasta el día siguiente. Ese tiempo permite que la harina se hidrate por completo y mejora notablemente el resultado final.
Quienes prefieran darle un toque especial pueden agregar pimienta negra o cebolla de verdeo picada. Después, hay que precalentar el horno a 200 °C o un poco más.
Se engrasa bien una asadera, cubriendo toda la base con aceite, y se lleva al horno unos minutos para que tome temperatura. Luego se vuelca la mezcla sobre la placa caliente y se hornea durante 30 a 40 minutos, hasta que la superficie quede bien dorada.
El resultado es una fainá crocante por fuera, tierna por dentro y con el punto justo de cocción, ideal para acompañar una porción de muzzarella o disfrutar sola, recién salida del horno.