El 8, un número que aparece en cada tragedia de su vida. El mismo mes en que murió Romina. El mismo día en que murió Mila. Cris lo dijo sin decirlo: dos pérdidas, un mismo número, un patrón que la persigue desde hace años. “Yo hablo de la presencia de la ausencia. Ella está presente permanentemente con nosotros”, confesó.
Contó que, igual que le sucedió con Romina, siente señales, momentos, energías que se manifiestan cuando menos lo espera. “Era ella, me mandaba señales”, dijo sobre su hija. “Lo mismo les está pasando ahora a Tomás, a Sofi y a los tres con Mila.” Para Cris, la muerte no es un final. Es un pasaje. Un cambio de plano. Un misterio al que se aferró para sobrevivir.
Cuando intentó describir cómo atraviesa el duelo, se quebró: “No puedo explicar el dolor, ni puedo explicar la pérdida”, aseguró. “Los seres humanos queremos entender todo, el por qué y el para qué… pero eso aparece mucho más tarde. Años más tarde.”
La frase dejó helados a todos en el estudio: En un momento de la entrevista, mostró por primera vez el único tatuaje que tiene y que asegura que será el único de su vida. En su piel, el número 28. El 2 y el 8. El infinito escondido ahí adentro. La marca de un destino trágico que parece repetirse en su familia generación tras generación.“Muchas causalidades y casualidades”, dijo.
Y volvió a mencionar la historia de las mujeres de su familia: abuelas, bisabuelas, tatarabuelas. Todas atravesadas por dolores profundos y misteriosos. Todas brillantes. Todas heridas.
“No se puede explicar. Fue un segundo. No es una enfermedad, no es algo que pudimos manejar. Es tremendo”, con esas palabras, volvió a poner en evidencia lo más duro del duelo: la imposibilidad de entender lo que no tiene explicación.