Con el paso de los años, el cuerpo atraviesa cambios estructurales que pueden traducirse en una disminución paulatina de la estatura: las variaciones empiezan a hacerse más evidentes a partir de los 40 o 50 años.
A medida que pasan las décadas, el organismo experimenta variaciones que repercuten en la columna y la postura.
Con el paso de los años, el cuerpo atraviesa cambios estructurales que pueden traducirse en una disminución paulatina de la estatura: las variaciones empiezan a hacerse más evidentes a partir de los 40 o 50 años.
Distintas investigaciones internacionales, incluidos seguimientos realizados por universidades estadounidenses como Harvard, muestran que tanto hombres como mujeres van perdiendo altura de manera lenta pero de manera progresiva.
En promedio, los varones pueden reducir entre 2,5 y 3 centímetros hacia los 70 años, mientras que en las mujeres la disminución suele ser mayor y llega a rondar los 5 centímetros en ese mismo tramo. Al llegar a los 80, esa pérdida puede acercarse a 5 o 7 centímetros en los hombres y entre 7 y 8 centímetros en las mujeres.
Este proceso tiene varias explicaciones. Con la edad, los discos intervertebrales —que actúan como amortiguadores entre las vértebras— pierden parte de su contenido de agua y se vuelven más delgados, lo que acorta la columna.
A esto se suma la baja gradual de la densidad ósea: primero aparece la osteopenia y, si no se trata, puede evolucionar a osteoporosis, facilitando hundimientos vertebrales y aumentando el riesgo de fracturas. También interviene la sarcopenia, la pérdida de masa muscular que afecta la postura y reduce el soporte que sostiene la espalda, favoreciendo la típica curvatura que hace que la persona luzca más baja.
Mantener la salud ósea y muscular requiere una combinación de hábitos sostenidos. La alimentación juega un rol central y, cuando es necesario, puede complementarse con nutrientes clave. La vitamina D3 es esencial para absorber el calcio y contribuye al funcionamiento del sistema inmunológico.
La vitamina K2, por su parte, ayuda a que ese calcio se incorpore a la matriz ósea y evita su depósito en las arterias. El magnesio, por su parte, interviene en la formación ósea y en la función muscular, además de colaborar en el metabolismo de la vitamina D. Estos suplementos deben utilizarse bajo indicación médica, ya que no todas las personas necesitan la misma dosis.
También se recomienda asegurar una ingesta adecuada de proteínas para sostener la reparación muscular, realizar ejercicios de fuerza de manera regular —fundamentales para mantener masa magra, equilibrio y postura— y adoptar hábitos que preserven el bienestar hormonal. En algunos casos, el médico puede evaluar los niveles de testosterona, ya que su descenso influye en la salud ósea y muscular. Actividades que generen calor corporal, como las sesiones de sauna, pueden ayudar a la recuperación muscular, aunque no modifican directamente la estatura.
La combinación de movimiento, buena nutrición y controles periódicos permite mitigar el desgaste natural del esqueleto y de los músculos, ayudando a conservar la postura y la movilidad a medida que avanza la edad.