Algunas preguntas típicas de estas escalas incluyen:
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¿Con qué frecuencia se preocupa de que tenga una enfermedad grave?
¿Ha interpretado alguna vez un dolor menor o una molestia como señal de algo serio?
¿Visita médicos con regularidad incluso cuando no tiene síntomas claros?
¿Busca información sobre enfermedades en internet casi todos los días?
¿Siente que los médicos no le prestan suficiente atención o que pasan por alto diagnósticos importantes?
¿Evita actividades, lugares o comidas por temor a enfermarse?
¿Le resulta difícil dejar de pensar en su salud incluso cuando recibe resultados médicos normales?
Si estas preocupaciones ocupan gran parte del día y afectan la vida cotidiana, es probable que se trate de algo más que una simple inquietud pasajera.
Cómo tratar la hipocondría
Los especialistas coinciden en que el abordaje más efectivo combina estrategias psicológicas y, en algunos casos, medicación. Entre las recomendaciones más citadas en la literatura médica se encuentran:
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Terapia cognitivo-conductual (TCC), que ayuda a identificar y cambiar patrones de pensamiento catastrófico sobre la salud.
Limitar las búsquedas médicas en internet, estableciendo horarios o días sin consultas online para reducir la ansiedad.
Practicar técnicas de relajación como la respiración profunda, mindfulness o meditación guiada, que reducen el foco obsesivo en el cuerpo.
Mantener controles médicos programados en lugar de acudir de forma impulsiva cada vez que surge una preocupación.
En casos moderados o graves, considerar la indicación médica de fármacos ansiolíticos o antidepresivos.
Se advierte que, en algunos casos, quienes padecen hipocondría pueden correr riesgo de automedicarse, lo que puede derivar en complicaciones o efectos adversos. Por ello, el acompañamiento profesional es fundamental para un tratamiento seguro y efectivo.