Cómo se consolidó la festividad de la Virgen del Milagro
La devoción se fortaleció con el paso del tiempo. En 1902, por iniciativa del obispo Matías Linares, el Papa León XIII concedió la coronación pontificia de las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro, reforzando su importancia para la comunidad católica.
Cada septiembre, la ciudad se transforma en un santuario al aire libre. Los fieles llegan caminando desde la puna, desde pueblos como Nazareno, Santa Victoria Oeste, Iruya, Cachi y San Antonio de los Cobres. Algunos recorren más de 500 kilómetros durante dos semanas, atravesando montañas de hasta 5.000 metros, temperaturas bajo cero, lluvias torrenciales y ríos caudalosos.
El sacrificio de los peregrinos es visto como parte de la ofrenda: con pies lastimados, cantos de esperanza y lágrimas de emoción, avanzan hasta llegar a los pies del Señor y la Virgen en la Catedral de Salta.
Oración a la Virgen del Milagro
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En la actualidad, una de las plegarias más difundidas es la compartida por el Arzobispado de Salta en sus redes sociales, conocida como la Oración a la Virgen del Milagro.
Inmaculada Madre de Jesús y de nuestras almas, hoy tu pueblo de Salta acude amoroso y lleno de confianza, a buscarte en este hermoso Templo, donde tienes tu morada.
Venimos, querida Madre a tomarte en nuestros brazos, para colocarte en el trono que hemos formado para Ti, desde donde podrás contemplar con ojos benignos tu grande y escogida familia salteña, durante los muchos días que te acompañaremos sin cesar.
Venimos a recordar tu amor poderoso cuando, en los terribles terremotos de 1692, bajaste al pie del altar para suplicar misericordia; cuando cambiabas de colores en tu amable rostro, en señal de dolor y de esperanza; cuando saliste en la procesión de penitencia al lado de tu Hijo, el Santo Cristo del Milagro, y todo ello para salvar a este pueblo de su ruina, y hacerlo feliz en el servicio de Dios.
Todas las bendiciones y gracias portentosas que diariamente nos concedes, están presentes en nuestros corazones agradecidos, y venimos justamente a suplicarte no cese tu mano de bendecirnos siempre, y tu corazón de amarnos como a hijos predilectos.
Trabajaremos y lucharemos por tu gloria y la de Dios, santificándonos cada día, para llegar, al fin a la eterna morada de la felicidad del cielo. Amén.