El asesinato de Nazareno puso nuevamente en primer plano esa sensación de desprotección. La muerte de un joven que apenas comenzaba a construir su futuro, en un contexto de inseguridad creciente, generó una ola de indignación que trascendió su círculo íntimo. Amigos, vecinos, familiares y ciudadanos que ni siquiera lo conocían expresaron su consternación en redes sociales y medios locales.
Mientras tanto, la mamá de Nazareno, destrozada por la pérdida, decidió hablar públicamente en medio de su dolor. Lo hizo en Radio Mitre, durante una entrevista con Eduardo Feinmann. Su voz quebrada y sus palabras cargadas de angustia resonaron con fuerza en toda la audiencia. En un momento de la conversación, el conductor lanzó una pregunta que reflejaba la incredulidad social: “¿Matarlo por una bicicleta?”
La respuesta de la mujer fue tan dolorosa como reveladora. “Y una bicicleta armada que él con esfuerzo la fue construyendo y no tenía mucho valor. Valor para él nada más, pero bueno”, dijo, dejando entrever cómo ese objeto, más allá de lo material, tenía un significado especial para su hijo. No era una bicicleta de lujo ni un elemento codiciado en el mercado negro. Era un proyecto personal, una pieza construida con constancia y dedicación, parte de la identidad del joven.
Luego agregó un dato que hizo aún más incomprensible el crimen: “Y el celular en el bolsillo, porque no le llegaron a robar el celular. Lo que pasa es que mi hijo era muy grandote, quizás lo bajaron, no sé. Pero le podían haber dado un tiro en la pierna, ¿por qué la saña de matarlo?” Esa reflexión, cargada de un dolor imposible de dimensionar para quien no ha perdido un hijo, expuso la brutalidad del asalto y la ferocidad con la que actuaron los delincuentes. No hubo forcejeo, no hubo resistencia que justificara semejante desenlace. Solo hubo violencia desmedida.
La mujer, entre pausas y lágrimas, habló de su hijo como alguien noble, fuerte, trabajador y querido por muchos. Un joven que, como miles de otros en su edad, salía a andar en bicicleta para despejarse, ejercitarse o simplemente disfrutar del aire libre. Nunca imaginó que esa actividad cotidiana podría costarle la vida. En su relato, la madre insistió en que Nazareno era un chico bueno, sin enemigos, sin problemas, sin conflictos. El escenario del crimen mostró que no se trató de un ataque dirigido ni premeditado, sino de un hecho de inseguridad que terminó en tragedia por la falta absoluta de límites de sus atacantes.
Las repercusiones del caso fueron inmediatas. La policía inició un operativo para identificar a los autores del crimen, mientras la familia pidió apoyo y colaboración para encontrar a los responsables. La indignación social creció conforme se conocían más detalles del ataque, y vecinos de la zona reclamaron mayor presencia policial en los tramos más vulnerables de la zona. La colectora de la Ricchieri, donde ocurrió el asesinato, es un punto históricamente conflictivo que ha sido escenario de múltiples hechos delictivos.
Mientras tanto, la comunidad que conocía a Nazareno recordó su participación en medios meses atrás, cuando había acompañado a sus abuelos después de la entradera. Ese episodio, que ya había generado preocupación en el barrio, volvió a la memoria colectiva como un recordatorio de cómo la violencia atraviesa a las familias sin distinguir edades, actividades o contextos.
La madre del joven cerró la entrevista radial con un pedido tan desesperado como firme: “Ahora lo que quiero es justicia para mi hijo, quiero que descanse en paz. Por eso estoy en pie por él. Él me sostiene para pedir justicia porque los chicos no pueden no poder salir a andar en bicicleta”. Su frase, relatada entre lágrimas, quedó resonando como un grito que representa a miles de madres que atraviesan situaciones similares.
Su reclamo no es solo personal. Es el reflejo de una sociedad exhausta, que observa cómo actos cotidianos como ir al trabajo, tomar un transporte público, caminar unas cuadras o simplemente salir a andar en bicicleta pueden convertirse en situaciones de riesgo extremo. La muerte de Nazareno condensa ese sentimiento colectivo: la sensación de que cualquiera puede convertirse en víctima en cualquier momento.
El caso sigue en investigación, con pedidos de cámaras de seguridad, testimonios de vecinos y análisis balísticos. La familia, mientras tanto, acompaña el proceso entre el dolor y la esperanza de que los responsables sean identificados y puestos a disposición de la justicia. Cada día que pasa sin respuestas profundiza la angustia, pero también fortalece la determinación de quienes buscan que el nombre de Nazareno no sea uno más en la extensa lista de crímenes sin resolver.
La historia de este joven terminó de forma abrupta, injusta y absurda. Pero su caso resume la crudeza de una problemática que afecta a miles de familias argentinas, golpeadas por la inseguridad y la falta de respuestas contundentes. La muerte de Nazareno Isern, un muchacho que meses antes hablaba en televisión denunciando la violencia sufrida por sus abuelos, se convierte ahora en símbolo de una tragedia que sigue repitiéndose sin freno.