El hallazgo del cuerpo fue resultado de un rastrillaje con perros, que se realizó el lunes por la mañana en el marco de un allanamiento ordenado por el Equipo Fiscal N.º 3 de Sáenz Peña. Al llegar a la vivienda de Salvatierra, uno de los perros rastreadores comenzó a ladrar insistentemente cerca de una zona cementada. Los agentes encontraron una tapa de cemento que cubría el pozo ciego. Al abrirla, un olor nauseabundo invadió el lugar, lo que alertó de inmediato a bomberos y peritos.
Junto al pozo, los investigadores secuestraron restos de cemento fresco, un mantel con manchas de sangre y cuatro cuchillos, todos elementos que fueron enviados a peritaje. Las primeras pericias indicarían que hubo una pelea previa entre la víctima y el principal acusado, conflicto que, según las fuentes judiciales, podría haber derivado en un desenlace fatal.
“Todo apunta a una pelea que terminó en un desenlace violento”, señaló una fuente cercana al expediente, que describió la escena del crimen como “desgarradora y planificada con cierta frialdad”.
La familia de Gabriela Barrios, visiblemente conmocionada, exige justicia y una investigación profunda que permita esclarecer cada detalle de lo sucedido. A través de declaraciones públicas y movilizaciones en la ciudad, sus allegados reclamaron que no se minimice ningún indicio y que se avance con celeridad para que todos los responsables paguen por el crimen.
El caso volvió a poner en primer plano el flagelo de la violencia de género en Argentina, donde los femicidios siguen cobrando vidas jóvenes a un ritmo alarmante. Gabriela se suma a una lista de víctimas que genera preocupación social y demanda acciones más contundentes por parte del Estado.
En los últimos años, la provincia de Chaco ha registrado varios casos de femicidios con un alto nivel de violencia, lo que ha encendido alertas en organizaciones feministas y de derechos humanos. Los especialistas señalan que la brutalidad de este crimen evidencia no solo una agresión física extrema, sino también un intento de ocultamiento planificado, como lo muestra el hecho de que el cuerpo haya sido introducido en una bolsa, enterrado y cubierto con cemento.
La investigación, por ahora, se centra en reconstruir las últimas horas de vida de Gabriela, determinar con precisión el lugar en el que fue asesinada y establecer si Salvatierra actuó solo o con ayuda de terceros. Los peritos analizan las comunicaciones telefónicas, el contenido de los celulares secuestrados, huellas y rastros biológicos hallados en el lugar.
Las fuentes judiciales aseguraron que los primeros resultados son consistentes con un episodio de violencia directa y prolongada, ya que los golpes en la cabeza y la asfixia manual indican un ataque intencional y sostenido.
Vecinos de la zona declararon que el domingo por la tarde escucharon gritos provenientes de la vivienda de Salvatierra, pero que no imaginaron que se trataba de una agresión mortal. “Pensamos que era una discusión fuerte como otras veces”, dijo una mujer que vive en la misma cuadra. Otro testigo mencionó que vio movimientos extraños durante la noche, incluyendo el traslado de bolsas hacia el fondo de la casa.
Estos testimonios serán incorporados al expediente para fortalecer la hipótesis de que el crimen se produjo en el interior de la vivienda y que posteriormente se intentó deshacerse del cuerpo de manera apresurada pero deliberada.
La figura de Salvatierra genera gran controversia en la comunidad. Vecinos lo describen como una persona violenta, con antecedentes de conflictos en el barrio. Según trascendió, mantenía una relación conflictiva con Gabriela, aunque no está claro si se trataba de una relación sentimental o de otro tipo. La fiscalía trabaja para reconstruir el vínculo entre víctima y victimario, ya que este dato podría ser clave para comprender el móvil del crimen.
La autopsia también reveló que no hubo signos de abuso sexual reciente, aunque se esperan análisis complementarios para confirmar este punto. Los médicos forenses destacaron que la asfixia manual fue la causa directa de muerte, y que los traumatismos en la cabeza fueron compatibles con golpes dados con un objeto contundente, posiblemente uno de los cuchillos encontrados o algún elemento similar.
En paralelo, la fiscalía solicitó medidas de protección para testigos y familiares de la víctima, ante el temor de posibles represalias. También se ordenó un seguimiento psicológico para los allegados, dada la enorme carga emocional que generó el hallazgo.
En la ciudad, la indignación no se hizo esperar. Cientos de personas marcharon en silencio, con pancartas que exigían justicia y políticas públicas más efectivas para prevenir la violencia de género. La imagen de Gabriela se multiplicó en murales, redes sociales y medios locales, transformándose en un nuevo símbolo de la lucha contra el femicidio.
El caso se suma a un contexto preocupante: en Argentina se registra un femicidio cada 35 horas, según los últimos informes de organizaciones especializadas. En la mayoría de los casos, los agresores son personas conocidas por la víctima, lo que pone de manifiesto la necesidad de protocolos de intervención temprana para evitar desenlaces trágicos.
Gabriela Barrios tenía solo 20 años. Su historia, como la de tantas otras jóvenes, no debería haberse apagado de manera tan brutal. Su familia, amigos y una comunidad entera claman por justicia. El avance de la investigación será clave para determinar si se trató de un femicidio cometido por un único agresor o si existió una red de complicidades que facilitó el crimen y el intento de ocultamiento.
Mientras tanto, el dolor y la bronca conviven con una sensación amarga: la de que una vida joven fue arrebatada en un contexto de violencia que se repite con alarmante frecuencia. Cada nuevo detalle que surge de la causa no hace más que profundizar el impacto social y evidenciar la necesidad urgente de acciones más firmes para proteger a las mujeres.