Una vida dedicada a los márgenes
Miembro de las Hermanitas de Jesús, sor Geneviève ha pasado más de 56 años de su vida trabajando con las comunidades más olvidadas de Roma. Ha vivido en una caravana, compartiendo su día a día con feriantes y mujeres transexuales del barrio de Ostia, en la región del Lacio. Su labor no fue reconocida con medallas, pero sí con el respeto y el amor de quienes más la necesitaban.
La “l’enfant terrible” del Papa
Francisco la conocía bien. La apreciaba profundamente. Le decía cariñosamente “l’enfant terrible” por su carácter decidido y su forma directa de actuar. Ella fue el puente entre el Papa y muchas personas que la Iglesia había ignorado durante años. Acompañaba a mujeres trans a las audiencias papales, organizaba almuerzos con ellas en el Vaticano y, en más de una ocasión, llevó hasta allí a quienes se dedicaban al trabajo sexual para que fueran escuchadas.
Momentos compartidos con el Pontífice
Hernán Reyes Alcaide, periodista que cubrió durante una década el pontificado de Francisco, relató cómo sor Geneviève se transformó en una figura clave para visibilizar realidades dolorosas. Francisco no solo escuchaba, sino que actuaba: invitaba, dialogaba y apoyaba económicamente a estas personas. En uno de esos encuentros, una de las mujeres fue asesinada días después. Sor Geneviève le llevó la foto al Papa, y él rezó por ella.
Durante los peores meses de la pandemia, junto con el párroco Andrea Conocchia, la monja solicitó ayuda al cardenal Konrad Krajewski para llevar asistencia a las comunidades que habían perdido todo. Muchas personas trans y feriantes no podían trabajar, no tenían ingresos, y sor Geneviève se convirtió en el único enlace entre ellas y el Vaticano. Gracias a su insistencia, en julio de 2024 logró algo histórico: que el Papa Francisco visitara el parque de atracciones de Ostia y se reuniera con los feriantes. Fue una muestra más del compromiso del Papa con los olvidados y del poder de convicción de la monja.
Un vínculo que iba más allá de lo institucional
No se trataba solo de una relación entre una religiosa y un Pontífice. Era una amistad. Sor Geneviève y el Papa compartían una visión común sobre la Iglesia: una Iglesia que salga, que escuche, que abrace al marginado. Ella representaba eso. Su gesto en la ceremonia fue un símbolo poderoso de todo lo que vivieron juntos. Frente a las reglas estrictas del ceremonial vaticano, su presencia fue un acto de amor, una despedida íntima y sentida.
Nadie la interrumpió. Ni los gendarmes, ni los guardias suizos. Todos comprendieron que aquello no era parte del espectáculo, ni un gesto político. Era simplemente un adiós sincero. Ella, que había llevado a Francisco a los rincones más oscuros y olvidados de Roma, ahora lo acompañaba por última vez en su despedida pública. Lo hizo de pie, orando, con lágrimas en los ojos, como una amiga, como una hermana.
Un símbolo de la Iglesia que Francisco soñaba
A lo largo de su pontificado, Francisco impulsó una Iglesia más abierta, más comprometida con las periferias. Y sor Geneviève fue una de sus mejores aliadas. Su trabajo cotidiano, sin reflectores, sin titulares, representó esa visión pastoral del Papa. Por eso su despedida fue más que un gesto: fue una declaración de principios.
A pesar de su avanzada edad, sor Geneviève Jeanningros sigue siendo una figura vital. Su historia es la de una mujer que eligió vivir en comunidad con los excluidos, que decidió romper protocolos para estar donde más hacía falta. Su amistad con el Papa fue solo una parte de su misión. Lo que hizo en Ostia, en los márgenes, con las personas trans, es lo que verdaderamente define su legado.