En su declaración, la detenida agregó detalles sobre uno de los presuntos espectadores de esa transmisión. “Yo tengo en mi Facebook a ‘Lima’ como amigo, creo que se llama Abel. Es de nacionalidad peruana, tiene entre 33 y 34 años. Él me contó por conversación de WhatsApp que vio en vivo cuando mataban a una de las chicas”, aseguró.
Esa afirmación podría convertirse en una de las pruebas más reveladoras del expediente. La posibilidad de que existan registros digitales —ya sea en forma de chats, llamadas o videos— que confirmen la existencia de una transmisión en vivo podría reconfigurar por completo la imputación de los detenidos e incluso sumar nuevos acusados a la causa.
Consciente de la gravedad de sus palabras, la mujer reconoció también haber entregado su teléfono celular y facilitado el patrón de desbloqueo a los investigadores. Este gesto permitirá que los peritos de la Dirección Departamental de Investigaciones (DDI) puedan extraer información almacenada en el dispositivo, incluyendo conversaciones, llamadas y posibles registros audiovisuales que respalden su testimonio.
“Lo que no sé es por dónde hicieron esa videollamada, ellos suelen usar una aplicación llamada ‘Zangi’. Matías me dijo que me la descargue”, agregó la mujer, sumando otro elemento clave a la investigación.
La mención de Zangi no es casual. Se trata de una aplicación de mensajería privada que ha ganado notoriedad en los últimos años por su uso entre bandas delictivas y grupos que buscan operar al margen de la vigilancia policial. A diferencia de plataformas más populares como WhatsApp o Telegram, Zangi permite crear cuentas sin asociar un número de teléfono o una dirección de correo electrónico, lo que dificulta el rastreo de usuarios.
Además, la empresa promociona su servicio asegurando “cifrado de grado militar” y un modelo en el que los datos se almacenan únicamente en el dispositivo del usuario, sin pasar por servidores centrales. Esta característica se ha convertido en un atractivo particular para quienes desean evadir controles o interceptaciones judiciales.
En este contexto, la posibilidad de que los agresores hayan utilizado esta aplicación para transmitir en vivo los asesinatos o, al menos, parte de ellos, añade un componente de sofisticación a la organización criminal detrás de los hechos. Ya no se trata solo de un crimen brutal cometido en una vivienda: podría haber existido una estructura que planificó, ejecutó y difundió el acto para otros integrantes del grupo que operaban desde distintos puntos.
La reconstrucción judicial apunta a que la noche del crimen no fue un ataque improvisado, sino el resultado de una secuencia previamente acordada entre varias personas. Según las primeras pericias, las víctimas fueron retenidas, torturadas y asesinadas en la casa de la calle Chañar. Se investiga si alguna de las jóvenes fue ejecutada mientras se realizaba la videollamada y si los testigos virtuales dieron instrucciones o aprobaron las acciones desde el otro lado de la pantalla.
La figura de “Papá” y “Lima” cobra un protagonismo central. Si se confirma que presenciaron la transmisión, podrían ser imputados como partícipes necesarios o incluso como instigadores de los crímenes. Los investigadores ya analizan la posibilidad de emitir órdenes de detención si logran determinar sus identidades completas y localizarlos.
En paralelo, la pericia sobre el teléfono de Celeste González Guerrero será determinante. Los especialistas de la DDI intentan recuperar mensajes, registros de llamadas y posibles capturas de pantalla o videos que hayan quedado almacenados en la memoria del dispositivo. Aunque Zangi está diseñada para minimizar rastros, los investigadores confían en que alguna porción de la información pueda recuperarse mediante técnicas forenses avanzadas.
La relevancia de este testimonio no pasa desapercibida. Fuentes judiciales admitieron que las declaraciones de González Guerrero podrían cambiar el rumbo de la investigación. Hasta ahora, el foco principal estaba puesto en quienes estuvieron físicamente en la vivienda, pero esta nueva línea abre la posibilidad de una red más amplia, organizada y con distintos roles.
En medio de este escenario, crece la expectativa por las próximas medidas judiciales. Se espera que en los próximos días se llame a declarar nuevamente a varios de los detenidos, incluyendo a Miguel Villanueva Silva, la pareja de Celeste, para confrontar versiones y establecer si existió coordinación con terceros a través de la videollamada.
También podría solicitarse la colaboración de organismos internacionales de ciberseguridad, ya que si los sospechosos utilizaron Zangi, es posible que los datos de la transmisión estén fragmentados en distintas jurisdicciones o resulten de difícil acceso para las autoridades locales.
La sociedad sigue con atención cada detalle de la causa. El triple crimen de Florencio Varela conmocionó al país no solo por la brutalidad de los hechos, sino por el trasfondo narco y la frialdad con la que se planificó la ejecución. Las víctimas, tres jóvenes que fueron sometidas a un calvario, se convirtieron en el símbolo de una violencia que no da tregua.
Cada nueva declaración aporta piezas a un rompecabezas macabro. La revelación de que hubo una transmisión en vivo suma un componente tecnológico y criminal inédito en el caso. No solo se asesinó con extrema crueldad, sino que posiblemente se exhibió el crimen como una demostración de poder dentro de un entramado delictivo.
Para los investigadores, no hay dudas: el caso va mucho más allá de una disputa barrial o un ajuste de cuentas aislado. Se trata de una estructura organizada que utilizó herramientas digitales para coordinar y registrar la violencia, lo que plantea nuevos desafíos para la justicia y las fuerzas de seguridad.
Mientras la investigación avanza, las familias de Lara, Morena y Brenda siguen reclamando justicia, exigiendo que todos los responsables —presentes o virtuales— paguen por lo ocurrido. Cada testimonio y cada pericia son pasos en ese camino, que busca esclarecer no solo quiénes mataron, sino quiénes miraron, alentaron o participaron desde la distancia.