Cuándo se descubrió el cuerpo de Diego Fernández
El 20 de mayo de 2025, en medio de una obra de refacción, albañiles dieron con algo inesperado mientras removían tierra del jardín. Lo que parecía una simple reforma terminó siendo la clave de un caso sin resolver. Los trabajadores frenaron los trabajos y alertaron a las autoridades. Los peritos llegaron rápido: se trataba de restos humanos, enterrados hace muchos años.
Luego de varias semanas, la justicia informó este miércoles que los restos pertenecen a Diego Fernández, quien había sido visto por última vez el 26 de julio de 1984. Ese día, tras regresar del colegio, almorzó en su casa y avisó que saldría a visitar a un amigo. Nunca volvió.
Horas después de su desaparición, sus padres acudieron a la comisaría 39 para reportar que Diego no había regresado. Pero se encontraron con una barrera común en aquella época: el desinterés policial. “Se fue con una mina, ya va a volver”, fue la respuesta que recibieron de los oficiales. No les tomaron la denuncia y el caso fue caratulado de inmediato como una “fuga del hogar”.
Esa indiferencia institucional marcó el destino del caso durante décadas. La familia Fernández inició una búsqueda desesperada por su cuenta: empapelaron la ciudad con afiches, pidieron entrevistas en medios y apenas lograron que en 1986 la revista ¡Esto! (editada por el diario Crónica) les dedicara una nota. En esa publicación, Juan Benigno Fernández, padre de Diego, se quejaba de la pasividad policial: “Desde el primer momento lo caratularon como fuga del hogar. Yo protesté, pero me dijeron que así estaban impresos los formularios”.
Un mensaje desde el exterior cambió todo
El gran giro en la investigación llegó recién 41 años más tarde, cuando el hallazgo de los restos volvió a poner el caso en circulación. La noticia se viralizó en redes y en grupos de WhatsApp de exalumnos de la ENET N.º 36, donde Diego había cursado. Fue allí donde un excompañero que ahora vive en el exterior se puso en contacto con la fiscalía para aportar un dato crucial: Diego y Cristian Graf habían sido amigos y compartían aula.
No solo eso. El testigo, que declaró esta semana vía Zoom, reveló que ambos eran conocidos por sus apodos: “El Gaita” (Graf) y “El Jirafa” (Fernández). Su testimonio no solo confirmó la relación entre víctima y principal sospechoso, sino que también dio pie a una nueva línea de investigación.
El fiscal Martín López Perrando lleva adelante la investigación con una limitación evidente: el paso del tiempo. Aunque existen elementos para avanzar con una imputación por homicidio, la causa podría ser declarada prescripta debido a que el crimen ocurrió hace más de 40 años.