-"Qué lindo gatito tiene como mascota", dijo Matthew Hongholtz-Hetling.
-"Qué lindo gatito tiene como mascota", dijo Matthew Hongholtz-Hetling.
-"Ah, sí. Solía estar libre por el terreno, pero tuve que acostumbrarlo a no salir de casa cuando llegaron los osos", respondió la dueña del gato.
Ese diálogo casual, para romper el hielo, puso al periodista Matthew Hongholtz-Hetling ante la evidencia de un hecho desconocido. Un pueblo pequeño de los Estados Unidos tuvo una experiencia libertaria, que tras un éxito inicial, gestó su propio final por un hecho inesperado
Es el título que Hongholtz-Hetling le dio al libro en el que contó la aventura del pequeño condado de Grafton, que instaló un sistema libertario para gobernarse. Tiene como subtítulo una clara explicación de lo ocurrido: "La utópica trama para liberar a un pueblo de los Estados Unidos".
Hongholtz-Hetling llegó a ese pueblo en el estado de New Hampshire para intentar una nota con una mujer que se quejaba de las demoras para cobrar una pensión por parte del Estado. Cuando la conoció, la mujer le pareció un tanto cortante, por lo que quiso agradarle con esa pregunta sobre su mascota. Pero la respuesta que recibió le cambió de inmediato el eje su nota. Había algo mucho más interesante: un pueblo que con un afán libertario se rebeló contra la autoridad municipal y estatal.
Grafton tenía una población que no llegaba a las 1.000 personas. En 2004, su población aumentó de manera especial. No en número, sino en calidad. Fue tal el cambio, que hicieron historia. En los Estados Unidos y por medio de la literatura, en el mundo entero.
Ese año, se trasladó para vivir allí un grupo de unas 200 personas, es decir un aumento del 20% de su población. Pero lo importante es que arribaron convocados por el responsable de los bomberos del lugar. Un tal John Babiarz, que además de apagar incendios también quería otra cosa para su vida: estaba harto del Estado, sus regulaciones e impuestos y quería "liberarse".
Encontró a ese grupo de personas que, como él, eran libertarios y encontraron en Grafton el campo de prueba para sus ideales. Además, el estado de New Hampshire les dio la más grata bienvenida ya desde los carteles sobre las rutas con el lema del lugar
Esa es la consigna del estado, uno de los 13 originales que se independizaron de Gran Bretaña para formar los Estados Unidos (hoy ya son 50). El bombero Babiarz los convenció de radicarse en Grafton y trabajar juntos para producir la gran revolución libertaria y desembarazarse del Estado.
Era una dura misión, pero valía la pena. Tenían que convencer a las otras 4/5 partes de los pobladores del enorme beneficio que traería sacarse de encima no uno, sino los dos pies del aparato estatal. Pese a la apatía inicial o indiferencia -cuando no, resistencia- los "libertarios" fueron ganando espacio con un simple argumento, pero muy práctico: menos impuestos es menos presión y más libertad individual porque tendrían más dinero para emplear en lo que quisieran.
Así se puede resumir lo que sucedió. Se aprobó una reducción presupuestaria para el condado. Con las arcas enflaquecidas de golpe hubo que "achicarse" el cinturón. Solo que esta vez, el ajuste les llegó a las autoridades.
Una de las primeras disposiciones fue prescindir del servicio de recolección de residuos o, al menos, de sus "ridículas normativas".
Derogaron las ordenanzas con horarios y lugares específicos para sacar y dejar los residuos. Cada vecino podía hacer lo que quisiera. Eran "libres" para no sacar basura, o sacarla cuantas veces quisieran por día, de la forma que más les gustara y dejarla en donde les pareciera conveniente. En su terreno o en cualquier lado.
Al principio, todos agradecieron no tener que seguir esas normativas por las que, además, podían ser multados por no respetarlas. Pero pronto llegaron los primeros inconvenientes.
De golpe, no había un sitio para dejar los residuos o, mejor dicho, cualquier lugar estaba bien. La consecuencia es fácil de imaginar: los terrenos propios comenzaron a acumular desperdicios. También los caminos, el centro de Grafton, sus calles y veredas. Todo era lícito con el reino incipiente de la libertad.
Incluso los vecinos veían cómo otros vecinos les arrojaban los residuos en sus terrenos. Eran libres de hacerlo. También ellos de tomar el mismo camino. Y los que estaban cansados de la recolección diaria, lo dejaban en el interior de sus casas hasta que lo dejaban por el terreno por el mal olor o falta de espacio.
Pero la medida trajo otra consecuencia. Con menor presupuesto para la limpieza del condado, el servicio de recolección comenzó a resentirse en un aspecto sin retorno. Los empleados de la comuna para la recolección diaria se quedaron sin salario o con pagos espaciados (no había ya partidas presupuestarias). Comenzaron a renunciar hasta que el servicio se quedó sin empleados. Grafton ya no tuvo quién recogiera los residuos en ningún lugar.
Obviamente, la basura, también "libre", se apiló en cualquier lugar y siguió en aumento. Como todo vuelve, el episodio de la basura iba a tener un final inesperado. Pero después volveremos sobre el tema.
Esa fue otra determinación, inspirada por el propio bombero Babiarz. Reducir la partida o los impuestos para sostener a los bomberos del condado. Un cuerpo de voluntarios sería infinitamente más barato que sostener con parte de sus ingresos a los expertos en apagar incendios -de casas o de bosques- de manera profesional.
Babiarz tendría así más dinero y más tiempo para dedicarse a sus placeres, entre otras cosas, cazar osos. Pero tal como pasó con los residuos, el cuerpo de bomberos desapareció. El problema fue que los "voluntarios" encontraron o tenían otros trabajos. Al pagar menos impuestos, tenían mayores ingresos que no estaban dispuestos a sacrificar. Por lo tanto, cuando sonaba la sirena convocando a los voluntarios, nadie respondía. Los incendios pasaron a ser un problema o quedaron a merced del vecino con buena voluntad ante una emergencia cercana, nada más.
Grafton tenía un cuerpo de policías municipal pequeño, pero profesional. El condado con menor presupuesto también lo sintió en esa área. Pero un detalle se malinterpretó. Había muy pocos delitos en la comuna y todos menores. Casos de raterismo, no mucho más.
Sí, adivinó. Si no hay ladrones o robos significativos, para qué pagar para mantener una policía ociosa. Otro recorte más y la policía se redujo a su mínima expresión. Eso sí, los habitantes, ya en su mayoría libertarios, tenían cada vez más ingresos gracias a las reducciones de tasas e impuestos. Hasta que un día, todo cambió.
Se produjo un homicidio en Grafton. Primera vez en décadas, al punto que los pobladores más jóvenes no recordaban el último caso. Pero en pocos días hubo otro. Y la policía escasa y sin presupuesto no podía movilizarse en patrullero o desplegar los recursos necesarios para investigar. Gracias a la interpretación laxa de la segunda enmienda constitucional que permite armarse porque las seguridad propia o familiar es anterior a la conformación de los Estados Unidos, muchas personas en Grafton iban armadas. Sumada a la afición por la caza de animales de los bosques del estado, todos pasaron a ser potenciales sospechosos de los crímenes.
En un lugar rodeado de bosques, sin bomberos, los incendios forestales pasaron a ser más que una amenaza. También la seguridad de los más de 1.200 pobladores (que había aumentado desde 2.004) se instaló como un problema.
Pero por culpa de la basura, algo más se instaló como un problema. Esta vez definitivo para la utopía libertaria.
Como dijimos, el estado de New Hampshire tiene abundantes bosques. Está muy cerca del límite con Canadá, con un tiempo frío en gran parte del año. No solo había gente y árboles en la zona: también hay osos; de los grandes, osos pardos.
Los osos se adaptan rápidamente. Comen todo lo que encuentran, frutas, hojas y animales. También, basura. Con solo unir los dos elementos, el círculo se cierra.
Los osos les perdieron el miedo a las personas. Se acercaron a sus calles y casas. Rodeados de comida abundante por los desperdicios, comenzaron a invadir las propiedades. Un dato importante: por sentirse "libres plenamente y sin controles absurdos del condado", hubo quienes les daban de comer a los osos como si fueran ardillas y ya no se los pudieron sacar de encima, literalmente.
Los osos son omnívoros, por lo que llegó el momento en que vieron a las personas como alimento. Se produjeron ataques graves en Grafton. Ese fue el final de la aventura libertaria en 2014.
Lo primero que se hizo fue restablecer la ordenanza que permitía matar osos si se convertían en una amenaza. Pero para tener recursos hubo que aumentar el nivel de impuestos. El objetivo era evitar que los vecinos armados por su cuenta atacaran a los osos y, por error, pudieran matar a una persona con sus malos disparos.
Aquí es donde todo se junta. La mujer dueña del gato, que tuvo que encerrarlo para protegerlo de los osos. Así el autor del libro conoció la historia y dentro de ellos, al bombero libertario. John Babiarz, aficionado a la caza, tuvo que esforzarse y mejorar la puntería para no terminar comido por los osos que devoraban su basura y siempre tenían hambre.
El pueblo de Grafton aumentó los impuestos por encima de lo que había en 2004, pero no alcanzó para recuparar a la policía, al cuerpo de bomberos, la higiene del condado y las calles y alumbrado deteriorado por falta de mantenimiento.
Ah, la mayoría de los "libertarios" que se instalaron en el estado para "ser libres o morir", tomaron un atajo: dejar el pueblo les resultó más apropiado.
"Para mí, los libertarios tienen responsabilidad moral, pero no legal, por lo que les ocurrió a las personas que fueron atacadas por los osos", agregó el periodista y autor del libro sobre el comienzo y fin de la utopía libertaria.
La moraleja es que siempre es bueno tener un espejo en dónde mirarse. A veces, la imagen que devuelve no es buena y siempre se puede reaccionar, pero para evitar transformarse en algo peor.